Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista

Reflexión homilética 8 de junio de 2025

Examinando los textos litúrgicos nos damos cuenta de que hay una auténtica revolución en torno a esta fiesta. Tenemos, por un lado, «Misa vespertina de la vigilia; a continuación: «Misa vespertina en forma vigilial» y, por otro lado, vemos la «Misa del día» con una riqueza de lecturas que celebran algo muy importante: la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

Hechos de los apóstoles

La primera impresión que tenemos tras la ascensión de Jesús a los cielos es que los apóstoles debieron llenarse de pena porque se les había marchado el gran protector y poderoso ejecutor de milagros. Sin embargo, nos dice expresamente el libro de los Hechos de los apóstoles que volvieron felices a la ciudad, a Jerusalén, a esperar la riqueza del Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad, de la que Jesús les había hablado muchas veces y habían entendido muy poco.

Los Hechos cuentan que volvieron contentos y pasaban el día prácticamente en el templo alabando a Dios y también leemos que estaban en el cenáculo haciendo oración con la Virgen María.

Nos cuentan además que, en un momento concreto, y por inspiración divina, echaron suertes para escoger un suplente de Judas, el apóstol traidor: salió elegido Matías que completó el número de los Doce.

Lo importante de todo esto es que hicieron oración intensa esperando la realización de la gran promesa que les había hecho Jesús: que Él se iba para enviar otro Consolador.

No es fácil entender lo que ellos comprendían sobre las promesas hechas por Jesús.

Lo cierto es que el mismo día de Pentecostés «estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban».

En ese mismo instante vieron aparecer unas pequeñas llamas, «como llamaradas que se repartían posándose encima de cada uno».

En aquel momento, ellos sintieron la fuerza del Espíritu Santo en su interior y que se traducía hacia afuera hablando distintas lenguas, diferentes a la lengua materna que cada uno poseía.

De esta forma se hacían entender por las personas venidas de fuera de Jerusalén, por motivo de la fiesta de Pentecostés. Entre ellos «hay partos, medos y elamitas. Gentes venidas de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto… Y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua».

Salmo 103

La Iglesia, ayer como hoy, invoca al Espíritu Santo: «Envía tu Espíritu Señor y repuebla la faz de la tierra…».

La Iglesia se vuelve alabanza con estas palabras del salmo: «Bendice, alma mía, al Señor. Dios mío qué grande eres. Cuántas son tus obras, Señor, la tierra está llena de tus criaturas».

San Pablo

Nos refiere el efecto maravilloso que produce en nosotros el Espíritu Santo:

«Nadie puede decir: “Jesús es Señor” si no es bajo la acción del Espíritu Santo».

A continuación, nos enseña qué cantidad de dones tan distintos son el fruto de la presencia del Espíritu en cada uno de los fieles. Según San Pablo en «un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos».

Secuencia

En esta gran solemnidad nos encontramos con una preciosa secuencia que les invito a meditar. Es el gran deseo de la Iglesia para todos sus fieles. Este himno comienza así:

«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido. Luz que penetra las almas. Fuente del mayor consuelo…».

Verso aleluyático

Es el gran pedido que frecuentemente repetimos en nuestra oración al Espíritu Santo:

«Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor».

Evangelio

Recogemos algunos versículos de los que nos presenta la liturgia del día:

+ «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados. A quienes se los retengáis les quedan retenidos…».

+ «Cuando venga el Defensor que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí».

+ Finalmente, nos advierte Jesús la forma más eficaz para sentir la presencia del Espíritu Santo, guardar sus mandamientos: «El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y moraremos en él…».

+ «Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo que enviará mi Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».

Lo importante es que cada uno de nosotros, en la intimidad de la oración a la Santísima Trinidad, invoque la fuerza del Espíritu Santo, fruto de la muerte y resurrección de Jesucristo, para vivir personalmente y ayudar a otras personas según la fuerza del Espíritu, que sigue iluminando y conduciendo a la Iglesia también en nuestros días.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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