Por Rebeca Reynaud
Este día de Pentecostés será especial. La llama de Pentecostés descenderá sobre nosotros para purificarnos y darnos poder.
En el cap. 2 de los Hechos de los Apóstoles habla de que se reunieron los Apóstoles, pero no sabían lo que iba a pasar, y cómo ese día cambiaría su vida. Un viento llenó la casa donde estaban. Lenguas de fuego se posaron sobre ellos, se volvieron valientes y decididos, salieron a proclamar la fe. Esa llama fue el inicio de la Iglesia. Hay que entender que esa llama sigue viva hoy. Puede transformar nuestra vida. “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne”, dice el profeta Joel (2,28). Esa gracia se derrama sobre quienes están dispuestos a recibirlo con fe. La llama del Espíritu trae fuego, es un momento sagrado para entrar a una nueva etapa, y un nuevo impulso para la obra de Dios en nuestra vida. No es una simple revelación, hay que estar listos para recibir la gracia de Dios. Hay que vivir en apertura frente al llamado divino del Espíritu. Es un tiempo profético para recibir el fuego sagrado del Espíritu Santo. No se trata de un fuego material, es una llama espiritual divina.
En el Templo del rey Salomón un fuego, la gloria de Dios, lo llenaba todo. El fuego del 2025 vendrá a renovar nuestras almas, consumirá la tibieza, la pereza, el miedo, nos hará brillar como el oro puro. Este fuego es juicio, pero también purificación. Viene a hacernos santos, firmes. Es una llama que nos hará más puros y capaces de recibir las gracias que Dios tiene preparadas.
Este día, dice Mirjana, hemos de preparar nuestras casas. Se trata de un compromiso profundo. Invitamos al Espíritu a habitar en nuestro hogar. Necesitamos sal bendita y agua bendita, ponerla en cada habitación, mientras lo haces di: “Señor, santifica esta casa, donde ninguna oscuridad pueda habitar”. Di: “El Espíritu del Señor repose aquí con sus dones y frutos”. Ora de rodillas e invita al Espíritu Santo a que habite en esta casa y consagra este hogar para Dios. Retira los objetos que opaque la luz de la fe: amuletos, discos de Rock pesado, etc. El siguiente paso es pedir al Espíritu Santo que transforme nuestro hogar. Podemos poner música de alabanza y adoración, así abrimos un espacio espiritual. Que esas canciones resuenen en tu casa. La llama divina te guía a una disposición nueva. Es una oportunidad para ser más cercano a Dios. Hay que estar atentos a las señales que Dios nos envía, a las transformaciones interiores, a un cambio en el clima. Presta atención de lo que pasa en tu corazón. Puede marcar un antes y un después en nuestra relación con Dios.
En el cap. 9 de Ezequiel Dios manda a un ángel a que marque a algunas personas que han correspondido a la gracia. Este fuego será una señal de protección y liberación. Surgirán nuevas vocaciones e iniciativas que se expanden. Viene la sanación dentro de las familias y las comunidades. Sólo será posible si nos preparamos. Caminemos con firmeza bajo la guía del Espíritu Santo. Este es un momento clave, Dios nos llama para preparar nuestro corazón y nuestro hogar. Dios nos quiere llevar a una nueva temporada de fe y de fuego divino.
Dios nos llama a todos. Debemos obedecer y estar listos.
Los dos siguientes párrafos son extraídos del Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud, 20 VII 2007, de Benedicto XVI:
Es fundamental que cada uno de vosotros, jóvenes, en la propia comunidad y con los educadores, reflexione sobre este Protagonista de la historia de la salvación que es el Espíritu Santo o Espíritu de Jesús, para alcanzar estas altas metas: reconocer la verdadera identidad del Espíritu, escuchando sobre todo la Palabra de Dios en la Revelación de la Biblia; tomar una lúcida conciencia de su presencia viva y constante en la vida de la Iglesia, redescubrir en particular que el Espíritu Santo es como el «alma», el respiro vital de la propia vida cristiana gracias a los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía; hacerse capaces así de ir madurando una comprensión de Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer una aplicación eficaz del Evangelio en el alba del tercer milenio. (…).
El Espíritu Santo renovó interiormente a los Apóstoles, revistiéndolos de una fuerza que los hizo audaces para anunciar sin miedo: «¡Cristo ha muerto y ha resucitado!». Libres de todo temor comenzaron a hablar con franqueza (cf. Hch 2, 29; 4, 13; 4, 29.31). De pescadores atemorizados se convirtieron en heraldos valientes del Evangelio (…).
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