Por el cardenal Felipe Arizmendi Esquivel
HECHOS
¿En la Iglesia hay diferencias? Afortunadamente las hay y qué bueno que las haya. No somos monigotes de una estructura; somos seres vivos, cada cual con sus legítimas diferencias. Si Dios que es Dios es diferente como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo, qué bueno que los discípulos de Jesús no seamos idénticos, sino muy diferentes, como diferentes son los doce apóstoles, y como diferentes son Jesús y Juan Bautista; pero todos unidos por el amor, tratando de luchar por que el amor de Dios reine en el mundo.
¿En la Iglesia hay divisiones? Lamentablemente las hay y qué malo que las haya. Las hay no sólo entre católicos y evangélicos, entre católicos y ortodoxos, sino al interior mismo de las comunidades católicas. Hay quienes siguen obstinados en que la Misa sólo debe ser en latín y comulgar siempre en la boca, y quienes hemos asumido por convicción la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II; hay quienes aceptamos de corazón al Papa Francisco y a sus antecesores, y quienes los han rechazado, por cuestiones doctrinales o disciplinares; hay quienes forman parte de un grupo de evangelización y de pastoral con una línea más social, y quienes van por una línea más devocional.
Lo triste es que no saben convivir serenamente y valorarse en todo lo bueno que cada quien tiene, sino que unos excluyen y atacan a los otros, como si sólo ellos fueran los únicos intérpretes auténticos del Evangelio. Esto es muy doloroso y preocupante. A esto hay que agregar las divisiones políticas y sociales en la humanidad.
He disfrutado mucho cuando, en una diócesis, unos sacerdotes estaban divididos y han aprendido a amarse, siendo diferentes entre sí; cuando unas religiosas rechazaban a otras que tienen hábito y se dedican a la pastoral educativa, y ellas se consagran a una pastoral de otro estilo fuera de los espacios tradicionales; cuando los del Movimiento de Renovación Católica en el Espíritu conviven y trabajan juntos con los de Comunidades Eclesiales de Base; cuando nosotros católicos convivimos fraternalmente con líderes de otras confesiones religiosas, cristianas y de otra índole; cuando los miembros de una familia estaban distanciados, y aprenden a respetarse y amarse. ¡Qué hermoso es vivir unidos, siendo diferentes, valorarnos y respetarnos unos a otros! Esta es la unidad que se requiere, y esta es la voluntad de Jesús.
ILUMINACIÓN
El Papa León XIV, al iniciar oficialmente su ministerio petrino, ha insistido mucho en eso:
Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia (…)
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz (…)
¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad. Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.
ACCIONES
Siendo dóciles a lo que el Espíritu Santo nos pide por medio del Papa León XIV, aprendamos a vivir en unidad en nuestras familias, en las comunidades eclesiales y en el mundo entero.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 1 de junio de 2025 No. 1560