Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Qué maravilloso y admirable para los cristianos que aceptan cabalmente la Palabra del Señor, sin distinciones subjetivas, que el pan se convierte en la carne y el vino en la sangre del Señor Jesús, inmolado y glorificado. Por eso la Santa Eucaristía, Jesús mismo, constituye el Corazón de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI, nos ofreció ese documento postsinodal sobre la Eucaristía (2005) en el cual se relaciona la Eucaristía, la Liturgia y la vida de la Iglesia, nos dice que el misterio eucarístico ‘es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándose el amor infinito de Dios por cada hombre’ (Sacramentum Caritatis 1).
Esta es la razón de ser de la Fiesta del Corpus Christi, más allá de su contexto histórico.
Fiesta para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, quien “en este Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo’, hasta el don de su cuerpo y de su sangre” (Ibídem 1).
Sacramento de Jesús mismo que ofreció a sus Apóstoles y que se sigue celebrando ‘para que el mundo tenga vida’, en Jesús y por Jesús y con Jesús.
Este misterio de la Santa Eucaristía, comprende una realidad y presencia que rebasa nuestra comprensión racional, y aceptamos por la escucha de la Palabra de Jesús, ‘esto es mi cuerpo esta es mi sangre’(Mt 26, 17-29; Mc 14,12-25; Lc 22, 7-20).
La Iglesia para asegurar la verdad revelada y buscar una explicación, usa la expresión ‘transustanciación’, que si bien no es propiamente bíblica, fue necesario utilizarla,-sin pretender canonizar la filosofía, pero sí para acercarnos y trasmitir a nuestra cultura de fe esta verdad admirable y ser fieles al gran regalo y la palabra que Jesús nos hace de sí mismo como inmolado y glorificado, que ponen de manifiesto los milagros eucarísticos, ampliamente estudiados por el Dr. Ricardo Castañón, agnóstico y convertido en difusor de este misterio,-a Querétaro ha venido cuatro veces’ y sus videos se encuentran en internet, y que nos afirma que ‘la ciencia demuestra la fe’.
A través de Jesús por su Palabra y por su presencia, real y sustancial en la Santa Eucaristía, nos invita a vivir desde él, la entrega total de nosotros mismos por amor y en amor, contra esta cultura que nos sofoca y nos divide, la infra cultura de la violencia y de la muerte, porque Jesús es el pan de vida y quien lo come vivirá eternamente (cf 6,35.48.51), sumergido en el misterio del Amor de Dios uno y Trino.
Más allá de esta Fiesta que nos permite adorar, alabar y proclamar, la presencia real de Jesús en la Santa Eucaristía, valdría la pena que en estos tiempos terribles de nuestra nación y de nuestro mundo, volvamos a los sagrarios olvidados y a la adoración eucarística, para encontrarnos con Jesús para saborear el gozo y la belleza de este don o regalo de Jesús, su mismo Corazón latiendo de amor por nosotros. Solo su amor nos puede salvar del egoísmo y de las posturas ideológicas condenadas al fracaso.
En Jesús eucaristía, recobremos la amistad sincera y benevolente; así nos dispondremos mejor a participar de la Santa Liturgia de la Misa, y así participar hoy en la Santa Cena del Señor, para encontrarnos vitalmente con el Señor, para comer el Pan de la Palabra y el Pan de la Vida, que es él mismo.
Tengamos presente que esta celebración es el acto central de la vida de la Iglesia, su Corazón. Ahí renovamos la nueva y eterna Alianza, de comunión con él; así celebramos con afecto y solemnidad su mandato ‘hagan esto en memoria mía’ (Lc 22, 19ss;1Cor 11,24-25).
Esta presencia viva y personal con Cristo, nos puede permitir ante el Sagrario o la Custodia, hacer la oración con la Palabra de Dios, o la ‘lectio divina’. Así saber lo que Jesús piensa, porque sus palabras no pasaran: qué dice, qué me dice, cómo le respondo con la oración, la contemplación y la acción.
Unir la Palabra de Dios ante la presencia de Jesús, verdaderamente nos puede transformar, ‘transustanciar, transignificar, transfinalizar’,-análogamente, en Cristo para ser uno con él y hacer que el mundo tenga vida, empezando por nosotros mismos.
Es la Santa Eucaristía un sacramento admirable. ¿Sería posible que fuera operativo y dinamizador en nosotros?
Imagen de Dorothée QUENNESSON en Pixabay