Por Rebeca Reynaud
Ana Catarina Emmerick dice que ve salir, de la boca del que reza, una línea de palabras que, como un rayo de luz, llega hasta el trono de Dios.
En el prefacio de la Misa, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo (cfr. CEC, n. 1352). La misa entera es un acto de adoración, quizás el más perfecto.
Haciendo la oración cruzando el Mar de Galilea en un barco, meditábamos una lectura que dice así: Buscamos tus huellas en los caminos de tu tierra. Nos acercamos a tu historia de la salvación y nuestro corazón rebosa de alegría. Todo comunica tu mensaje de amor y nuestro corazón se llena de entusiasmo ante tu presencia bendita. Que seas Señor la luz de mi vida y de nuestras obras. Vemos la grandeza de tus manos y observamos que todo está salpicado de tu amor. Tu Rostro se descubre al ver de cerca tus pisadas. Te haces presente en el canto de estos pájaros, en la serenidad de las aguas y en el rostro de esta gente. ¡Oh Dios de la vida danos tu bondad y tu ternura! Eres Dios de la luz que penetra todo y lo llena de alegría. Bendito seas Señor en la sencillez de la naturaleza, queremos ver tu Infinita Majestad a pesar de que te manifiestas en la sencillez, Señor, eres grande y nosotros queremos aprender a amarte más; vamos con el corazón gozoso; eres grande y nosotros aplaudimos la vida. Eres grande señor y te damos gracias porque nos has dado la vida para que la vivamos con alegría. Bendito seas Señor en tu grandeza repartida a manos llenas entre nosotros. Tu sabiduría es eterna y has creado todo, tu ley Señor es perfecta, y has llenado el existir nuestro de armonía. ¡Oh Señor Dios nuestro!, danos sensibilidad y un corazón puro para apreciar las obras admirables de tus manos. Tu creación, ¡Oh Dios de la vida! es como un libro abierto, página a página, al corazón del hombre. Bendito seas Señor, cercano en tus sombras al hombre que has creado. Nosotros creemos en Ti y respiramos el don de la vida, Tú eres la raíz de nuestra existencia, y pedimos que el manantial de nuestro río empape la tierra y dé la belleza y la grandeza que emanan de Ti. Levanta nuestro corazón hacia ti, Autor de maravillas, a ti te cantamos con un corazón agradecido, Señor Dios nuestro, a ti te alabamos con el corazón lleno de gozo. A ti te damos gracias porque has manifestado tu amor bendito, pedimos que seas la luz de la vida de cada día. Tu hijito pide que sea el Señor bendito, desde el amanecer hasta el ponerse el sol, bendito en nuestro corazón, que busca la luz y ama la vida.
La borrasca de mis miedos e inseguridades la aborrezco, de entre mis conflictos, despierta Señor, despierta Jesús y condesciende conmigo, y ven a mi Barca que zozobra en la tempestad. Te suplico que me fíe de Ti, que me abandone en Ti, que mi fe sea firme como la roca. Contigo no tengo miedo porque Tú me conoces, porque eres mi Pastor y nada me falta. Tú cuidas mi casa, mi alma. Me das tu luz y tu ternura, conforta mi pobre corazón. Señor Jesús, llévame por el sendero que conduce a la vida eterna, que nada tema porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad. Llena mi vida, tú serás siempre mi morada. Señor Jesús, da sentido a mi vida, fortalece mi fe, dame más esperanza e ilumina mi corazón. Gracias Señor porque contigo el camino se hace andadero y nada me falta. Eres mi pastor, s mi guía y mi Maestro.
En un escrito de Studia et Documenta, se lee que Juan Larrea le decía al Señor aún sin tener un compromiso formal: “Señor, que yo haga lo que te complace”. Como se ve, está en la línea de a ver la Divina Voluntad.
A raíz de la Semana por la unidad de los cristianos alguien escribía: Rezar significa, purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para los demás en nuestro interior. Tenemos que ofrecerles nuestro corazón como lugar hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión.
Para ser realmente santos y sin mancha, es decir para quitar de nuestra vida todo lo que es defecto, pereza, sensualidad y soberbia tenemos que vivir in conspectu eius, en la presencia de Dios. Me viene a la memoria ese punto de Camino; ten presencia de Dios y tendrás vida sobrenatural (n. 278). Hemos de esforzarnos siempre en vivir, no solo en presencia de Dios, sino darnos cuenta por la fe de que Tú, Señor, estás con nosotros siempre, de que contamos de continuo con tu fuerza y tu Amor infinito volcado sobre nosotros, porque Dios es Amor, como dice san Juan. Te damos gracias, Señor, también por esto, ya que Tú estás pendiente de cada una y de cada uno de nosotros, no como el que está vigilando, sino como el que nos protege, quiere, defiende y guía.
Don Javier Echevarría aconsejaba ponerse en presencia de Dios y preguntarle: “Señor, ¿cómo te he cuidado?, ¿cómo te he buscado?”. Y concluía afirmando que, si nos esforzamos, convertiremos nuestra vida en diálogo con Él; si no, acabamos hablando con nosotros mismos.
El Señor nos podría decir: “No me hables de tus pesares, ni me pidas más por tus necesidades, comienza por ser mío por encima de todas tus ansiedades. Cuando yo viva en ti, nada te faltará, tendrás el más precioso regalo que es la Sabiduría de mi Santo Espíritu. Cuando el hombre sabe, ya no necesita nada ni tiene nada que buscar, porque todo lo ha encontrado. Sólo actúa, como actúa el agua cuando es llamada a ser vapor, como actúa el calor del sol al evaporar” (Meditaciones I, Restrepo, p. 60).