Por P. Fernando Pascual
Fui egoísta, pero puedo empezar a ser generoso. Trabajé honestamente, pero mañana puedo actuar con malicia. Fui perezoso, pero hoy puedo romper modorras y trabajar en serio.
Todos somos más que nuestro pasado. No nos define lo que hicimos o dejamos de hacer, pues tenemos una libertad que nos permite cambiar, para el bien o para el mal.
A veces pensamos que el pasado nos encadena, elimina nuestra libertad. Otras veces, creemos que los otros no pueden cambiar: quien ayer incumplió su palabra no merecería hoy nuestra confianza.
El pasado, ciertamente, deja huellas, incluso provoca mecanismos mentales que resultan, en ocasiones, muy difíciles de modificar.
Pero no somos esclavos de esa biografía que escribimos cada día, pues nuestra libertad nos permite cambios que, esperamos, pueden guiarnos hacia el bien, la verdad, la belleza.
Eso vale para uno mismo: si ayer cedí a pasiones bajas, hoy puedo abrirme a la misericordia de Dios, pedir perdón, y empezar un camino de regeneración.
Eso vale también para los demás. Aunque tendemos a pensar que ese familiar o compañero no cambiará, lo cierto es que ellos, como yo, siempre pueden iniciar nuevos caminos.
Frente a ciertas visiones fatalistas que nos hacen pensar que el cambio sería imposible, la realidad es que todos estamos abiertos a decisiones que transforman nuestras vidas.
El ayer deja sus huellas. El hoy me exige asumir las consecuencias de mis actos, al mismo tiempo que me ofrece oportunidades para cambios que, esperamos, permitan mejoras para mi propio bien y el de quienes me rodean.
Soy, somos, más que nuestro pasado. Soy un corazón libre, que desea alcanzar una felicidad auténtica, una vida serena, un amor que me saque de mí mismo y me oriente hacia Dios y hacia aquellos que, como yo, tienen una voluntad abierta siempre a nuevas posibilidades…
Imagen de wal_172619 en Pixabay