Por Miriam Apolinar

A tres años del asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, conocido como el “Padre Gallo”, y Joaquín Mora Salazar, el “Padre Morita”, así como del guía de turistas Pedro Palma y del joven beisbolista Paúl Osvaldo Berrelleza Rábago, la Compañía de Jesús en México celebró diversas misas y actos conmemorativos para honrar su memoria, exigir justicia y renovar su compromiso con la construcción de la paz.

Aquella tragedia ocurrida el 20 de junio de 2022 en Cerocahui, Chihuahua, marcó profundamente a la Iglesia mexicana y a la sociedad civil, convirtiéndose en un símbolo de los estragos que la violencia ha causado en múltiples comunidades del país, incluso en espacios tradicionalmente considerados sagrados y seguros, como los templos.

Una liturgia por la esperanza

Una de las celebraciones centrales tuvo lugar en la Parroquia de la Sagrada Familia, en la colonia Roma Norte de la Ciudad de México, templo jesuita que ha sido testigo de momentos clave de la vida eclesial del país. La misa fue presidida por monseñor Francisco Javier Acero Pérez, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México, quien ofreció una homilía firme y esperanzadora.

“Se ha roto el tejido social y entre todos lo tenemos que recomponer. No se trata de ideologías ni de partidos: el Evangelio nos lo dice, ¿dónde está tu corazón?”, expresó con profunda preocupación Mons. Acero, señalando que el desafío que enfrenta hoy la nación mexicana es tan profundo como urgente.

Dirigiéndose especialmente a la juventud, el obispo hizo un llamado a no permanecer indiferentes:

“¡Jóvenes de México, levántense! Están llamados a ser luz en medio de esta oscuridad. El Espíritu Santo los unge para que lleven ese anhelo de paz, ese anhelo de vida que llevan en su corazón a todos los rincones de nuestro país.”

Resistir el miedo, construir la paz

El obispo advirtió que el miedo y la violencia se alimentan cuando paralizan a las personas, cuando invaden el corazón y sofocan la esperanza. “Los asesinos ganan cuando el miedo se apodera de la vida. Por eso toman las mentes, los corazones, y despojan de dignidad y libertad desde dentro”, expresó.

En ese sentido, recordó que rendir homenaje a los padres Javier y Joaquín, así como a todas las víctimas cotidianas de la violencia, es también una forma de resistencia espiritual:

“Orando unidos es como tenemos un apoyo al cambio, un rayo de luz en medio de la oscuridad, un testimonio de libertad. Sigamos por este camino: seamos fuertes y llevemos esperanza, especialmente entre los más débiles: jóvenes sin trabajo, familias sin techo, pueblos originarios despojados de sus tierras.”

Monseñor Acero también alertó sobre el avance del “colonialismo cultural mafioso e ideológico”, que distorsiona los valores fundamentales desde el poder y la manipulación social. Frente a ello, instó a las instituciones católicas a resistir mediante la educación, la investigación y la vida comunitaria comprometida con la verdad, la justicia y la solidaridad.

Un homenaje cargado de símbolos

La misa estuvo llena de signos que evocaron la vida, el testimonio y el martirio de los dos sacerdotes jesuitas. Se ofrecieron ofrendas significativas: un cirio encendido, flores, frutas, pan, vino y paliacates azules —símbolo del reclamo de paz en la Sierra Tarahumara—, todos ellos colocados junto a las imágenes de los padres Javier y Joaquín. Cada elemento hablaba del compromiso de estos religiosos con los pueblos indígenas, con los pobres, con la vida digna y la justicia.

Al término de la liturgia, se presentó el documental YAWIMÉ: Las huellas de Javier y Joaquín, una producción de los jesuitas de la Tarahumara en colaboración con las fundaciones Loyola y Sertull. A través de testimonios de quienes conocieron a los mártires y continúan su labor, el filme retrata no solo el dolor por su pérdida, sino también la esperanza viva en quienes han asumido su legado.

Un país que no olvida

La Parroquia de la Sagrada Familia se unió al repique nacional de campanas a las 15:00 horas, convocado por la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), como expresión de duelo, unidad y memoria por todas las víctimas de la violencia. Ese mismo día, en cientos de iglesias del país se elevó una oración especial por la paz, y se dio lectura a un mensaje unificado de los obispos mexicanos, en el que se reiteró el compromiso de la Iglesia con la verdad, la justicia y el acompañamiento de las víctimas.

Durante la ceremonia también se recordó a otros sacerdotes asesinados por causas vinculadas a su ministerio, como el padre Miguel Agustín Pro, ejecutado en 1927 durante la persecución religiosa, y el padre Marcelo Pérez Pérez, defensor indígena y ambientalista asesinado en octubre de 2024 en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

Un legado que impulsa la acción

El asesinato de los padres jesuitas en el templo de San Francisco, en Cerocahui, no fue en vano. A raíz de ese crimen, la Iglesia impulsó el Diálogo Nacional por la Paz, un proceso colectivo que ha convocado a miles de ciudadanos, comunidades e instituciones de todo el país a articular una Agenda Nacional por la Paz. Esta iniciativa busca transformar la indignación en acción, la memoria en compromiso, y la oración en procesos concretos de reconciliación, justicia restaurativa y acompañamiento de los más vulnerables.

Los nombres de Javier y Joaquín hoy no solo habitan en la memoria de sus comunidades; también resuenan en universidades, parroquias, centros de derechos humanos, y en el corazón de quienes, desde distintos espacios, se rehúsan a acostumbrarse al horror y al silencio.

En un país donde la violencia ha fracturado tantas vidas y comunidades, la memoria de los mártires de Cerocahui es un llamado urgente a no rendirse, a seguir construyendo una paz que no es ingenua, sino valiente; que no se impone, sino que se teje desde la dignidad, la fe y la esperanza.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de junio de 2025 No. 1564

 


 

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