Por Rebeca Reynaud

“El hombre moderno no es un nómada, es un desterrado”, afirma el filósofo Higinio Marín. Y alguno le pregunta el porqué de esa afirmación, y responde: “Porque no sabemos acoger a los que llegan ni despedir a los que se marchan”. El mal que aqueja nuestro tiempo es “la crisis del dentro”. No es una crisis de vivienda sino también una crisis del hogar. La enfermedad contemporánea es la inmadurez perpetua. “Lo que salva al hombre es la incondicionalidad, la posibilidad de fundar una casa, un espacio al que volver; porque volver, lo que se dice volver, sólo se vuelve a casa”. Y sólo tiene casa aquel al que le esperan incondicionalmente.

El mundo es habitable porque existe aún lo incondicional; una lealtad incondicional, un perdón incondicional. Y este tipo de relaciones son las que forman un espacio al que se puede volver.

¿Cómo se construyen las relaciones incondicionales? Hay que comprender la condición humana, lo que es una casa y lo que es el valor de la cultura. La cultura es un pilar fuerte del sostenimiento de una persona. Debe existir una victoria sobre la noche y sobre el invierno. El dentro al que se puede volver no es sólo un espacio. Una casa -un hogar- es la mutua puesta a salvo que hacen entre sí los sujetos de ciertas vulnerabilidades. Además, esas vulnerabilidades coinciden con los hábitos domésticos: dormir, comer, bañarse y conversar, que es la forma máxima de exposición.

El asunto no es que el hombre moderno sea un nómada, es un desterrado al que siempre acompaña el desarraigo. Los que habitamos una vivienda, tarde o temprano nos damos cuenta de que estamos de paso, que nuestra existencia no impregna ese lugar. La casa da forma a nuestra habitación del mundo, pero el mundo mismo es un sitio al que se llega y del que se sale.

El resorte está en nuestra estructura genealógica. Pertenecemos a un linaje determinado. El libro Filosofía breve de la vida, de Higinio Marín, es una teoría de las operaciones vitales, pero declinada en sus dimensiones histórico-culturales y biográfico-existenciales. Las disposiciones básicas de la existencia encaminan y habilitan la inteligencia. La libertad es tan importante como la razón. El acto de confianza es más legítimo y justo con la realidad que la duda, la sospecha o la crítica en sentido moderno.

Todos se visten y hablan igual, y eso además los convierte en singulares, pero en singulares casi con un valor numérico. Muy pronto experimentan que esa forma de socialización es indigente, pobre. Acontecen con fenómenos de crisis.

Hay un deseo de eludir este tránsito hacia la concreción, hacia que te digan algo muy concreto y real. Esto se debe a la inmadurez, y se produce porque nos damos cuenta que toda promesa incoa lo incondicional. Y el mundo moderno prefiere la soledad a la experiencia de la compañía que resulta de las relaciones incondicionales. Hay un texto de Lewis que dice que la política debe custodiar tres bienes: la familia, la amistad y la soledad. Es la incondicionalidad de los vínculos familiares y de amistad, cada uno en su medida y en su grado, lo que convierte a su vez la soledad en un bien.

Se ha de tomar en cuenta a la sociedad civil, la vecindad de las personas. No se puede uno encerrar en la familia, sino que ha de haber apertura a los otros, a los cercanos y a los necesitados, dice Higinio Marín. El mundo está hecho de acogidas y despedidas y éstas requieren de unos ritos. El mundo actual es inhóspito porque no sabe acoger a los extraños ni despedir a los viajeros. El mundo ha dejado de ser casa. Si pensáramos al mundo como casa, acogeríamos a los que vienen, con o sin nuestra invitación, y despediríamos a los murientes.

 
Imagen de Fjnezz en Pixabay


 

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