Por Jaime Septién

Todo nos invita a dejar el papel en paz. ¿Todo? No es cierto. Hay todavía un número modesto de lectores que pide seguir publicando El Observador a la vieja usanza. Soy uno de esos convencidos de que el olor, el sabor, la textura, la solidez del papel, aun si es papel periódico, representa el modelo de aprendizaje con el que se ha asociado el cristianismo desde el principio.

En un pequeño texto sobre la lectura, el genial escritor francés Marcel Proust me regaló esta frase que hoy comparto: “Un espíritu original logra subordinar la lectura a su actividad personal. Se trata para él de la más noble de las distracciones, la más enaltecedora, ya que solamente la lectura y el saber otorgan los buenos modales del espíritu.”

¿Qué otra cosa quiere lograr El Observador en quienes lo escriben, lo editan, lo diseñan, lo imprimen, lo compran y lo leen, sino la generación de “buenos modales del espíritu”? México y el mundo malviven en un invierno espiritual que puede conducirnos (nos está conduciendo) al verdadero infierno del “sálvese quien pueda”. Al horror del “todos contra todos”.

Falta cortesía y sobra violencia. Queremos seguir con el papel porque, a través de su consistencia, la caridad de Cristo puede integrarse a la actividad personal y social. En otras palabras, que la buena nueva se distribuya entre quienes todavía confían en que la tecnología debe estar sometida al espíritu.

Son treinta años de El Observador impreso. ¿Lo seguimos haciendo? Ahora sí lo digo con toda claridad: depende de ustedes.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de julio de 2025 No. 1567

 


 

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