Por Jaime Septién
Acabo de leer, de corrido, la Carta del Santo Padre Francisco Sobre el papel de la Literatura en la Formación. Todos los que hemos amado y seguimos amando el libro, la lectura, el texto vivo y siempre fecundo de los buenos libros, los que nos hemos forjado con ellos y a través de ellos, nos sentimos “justificados” (como me lo dijo el otro día el obispo emérito de Querétaro, don Mario De Gasperín, un lector irredento, con el que comparto fe y libros desde hace 30 años).
Qué enorme aportación acaba de hacer Francisco al mundo de la cultura católica, que poderosa llamada a seminarios y sacerdotes, a seglares de toda índole, al cuerpo de la Iglesia: la formación ha perdido un puntal desdeñando la literatura, la novela, la poesía, el teatro, el ensayo y el gozo de la imaginación que construye mundos paralelos y que enseña a vislumbrar el alma humana.
El pontífice había pensado, en principio, escribir esta Carta para los que se están formando para el sacerdocio. Después rectificó el camino: esto –pensó– es bueno para todos: “la importancia que tiene la lectura de novelas y poemas en el camino de la maduración personal”.
Fíjense bien: no dice para ser más eruditos, más conocedores, más poderosos. No. Dice, con claridad meridiana, que la literatura nos hace madurar, comprender, tolerar, abrirnos al otro, darle su lugar a quien es nuestro compañero de viaje, entender profundamente el sentido de la vida y, por tanto, amar a Dios.
Ya Benedicto XVI, citando al monje benedictino Jean Leclerq, en su encuentro con el mundo de la cultura en el Colegio de los Bernardinos, en París, el 12 de septiembre de 2008, lo había afirmado: el amor a las letras lleva consigo el deseo de Dios. Francisco lo saca del monasterio, de la facultad de Teología. Lo pone en la calle. Sobre todo, mediante su concepción de la literatura, de la gran literatura, como la vía capaz de “emocionarnos” ante Dios. De verlo en lo grande y en lo pequeño. ¿Verlo? Sí, verlo, porque como lo intuyó el poeta rumano Paul Celan (a quien cita el Papa al final de su Carta): “Quien realmente aprende a ver, se acerca a lo invisible”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 25 de agosto de 2024 No. 1520