Por Jaime Septién

Vuelvo a leer, casi 40 años más tarde, El Estado de Sitio, una obra teatral de Albert Camus. El texto –como suele suceder—me pareció muy diferente a la primera vez que tuve la emoción de recorrerlo. Era entonces estudiante. Los ojos y el corazón (también la historia personal) transforman un texto tan inmenso como éste.

La Peste (convertida en personaje) arrasa la (imaginaria) ciudad de Cádiz. Pero no es la enfermedad de la peste, sino una forma de poder que ha eliminado la piedad y la ha sustituido por el odio. Una frase del personaje define su esencia (la esencia del poder político convertido en dios): “La única fidelidad que conozco es el desprecio”. Despreciar al otro, al que no piensa, siente, quiere, vota como yo digo que debe pensar, sentir, querer, votar, es el deporte mayor que han acuñado los políticos en muchas partes del mundo. Especialmente la que más nos duele: México. Por desgracia, el desprecio del líder por los “adversarios” ha permeado en la comunidad.

Vivimos humillándonos. No en balde hemos inventado el verbo “ningunear”. Hacer ninguno al otro como una forma de borrarlo del mapa. Dividir al mundo entre ellos y nosotros es el camino más corto para llevar al otro al sufrimiento. La Peste lo enuncia así: “Cuando el odio me abrasa, el sufrimiento del otro es para mí como un rocío”. Sí, una brisa fresca pero mortal. Lector: otro México nos toca a la puerta. El otro no es ninguno. Es como tú.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de septiembre de 2022 No. 1419

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