Por P. Fernando Pascual

¿Cuál sería la mejor manera de emplear el tiempo de un cristiano que desee vivir mejor la fe? Leer y asimilar las Escrituras.

Es una idea que encontramos en una homilía de san Juan Crisóstomo. Al comentar el encuentro de Jesús con la Samaritana (Jn 4), Crisóstomo observa cómo aquella mujer se interesa por temas teológicos para comprenderlos mejor.

Inmediatamente explica a quienes le escuchan la importancia de leer las Escrituras, en vez de perder el tiempo en asuntos o juegos sin importancia. Lo hace precisamente con ayuda del ejemplo de la Samaritana.

“Avergoncémonos y confundámonos. Esta mujer que había tenido cinco maridos, que era una samaritana, demuestra tan gran empeño en conocer la verdad y no la aparta de semejante búsqueda ni la hora del día ni otra alguna ocupación o negocio, mientras que nosotros no solo no investigamos acerca de los dogmas, sino que en todo nos mostramos perezosos y llenos de desidia. Por tal motivo, todo lo descuidamos. Pregunto: ¿quién de vosotros allá en su hogar toma un libro de la doctrina cristiana, lo examina, o escruta las Sagradas Escrituras? ¡Nadie, a la verdad, podría responderme afirmativamente!”

Juan Crisóstomo lamenta que en muchos hogares de los cristianos que le escuchan hay “cubos y dados para juegos, pero libros o ninguno o apenas en pocos hogares”.

Los que tienen libros los guardan como si fueran un tesoro, desean que sean bellos y con buena letra, pero no los leen. Incluso presumen de tener libros como si fuese una señal de riqueza.

Así no sacan ningún provecho de la Biblia, que no ha sido dada para que la guardemos como un tesoro, sino para grabarla en el corazón. Hemos de tener las Escrituras con un fin muy concreto: lograr “que sus palabras y sentido de tal modo los traigamos en nuestra mente y que quede ella purificada con la inteligencia de lo escrito”.

El demonio tiene miedo de entrar en aquellas casas donde hay un Evangelio. Mucho menos el demonio se acerca “a un alma compenetrada con las sentencias de los Evangelios”.

¿Qué hacer, entonces? Este es el consejo del santo: “Santifica, pues, tu alma, santifica tu cuerpo; y para esto continuamente revuelve estas cosas en tu mente y acerca de ellas conversa. Si las palabras torpes manchan y atraen a los demonios, es claro con toda certeza que la lectura espiritual santifica y atrae las gracias del Espíritu Santo”.

Luego ofrece una bellísima definición de la Biblia: “Son las Escrituras cantares divinos. Cantemos en nuestro interior y pongamos este remedio a las enfermedades del alma. Si cayéramos en la cuenta del valor que tiene lo que leemos, lo escucharíamos con sumo empeño”.

San Juan Crisóstomo se lamenta de quienes hablan en la plaza sobre bailarines y aurigas, incluso sobre los caballos y sus linajes, pero luego no saben nada de la Biblia. Si actualizásemos este texto, diríamos que hay quienes saben casi todo de cantantes, actores o futbolistas mientras ignoran el Evangelio.

La homilía de Crisóstomo invita a dejar de contemplar luchas de gladiadores u otros espectáculos mundanos para dedicar tiempo para contemplar la lucha contra el demonio.

¿Cómo lograr esto? Con algo tan sencillo como tomar en nuestras manos el Libro Sagrado. “Porque en él verás los fosos y límites de la palestra y las solemnes carreras y las oportunidades de dominar al adversario y artificio que usan las almas justas. Si tales espectáculos contemplas, aprenderás el modo de combatir y vencerás a los demonios”.

Así de fácil es el camino hacia la vida: leer las Escrituras, asimilarlas, llevarlas en el corazón, para vencer al enemigo y recibir la luz y el consuelo que nos da Dios a través de su Palabra.

(Los textos de san Juan Crisóstomo aquí recogidos pertenecen a la Homilía 32 de sus Homilías sobre el Evangelio de san Juan).

 


 

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