Por P. Fernando Pascual
Nos cuesta perdonar las ofensas. Pero Cristo fue claro al enseñarnos el Padre nuestro: hay una conexión entre perdonar las ofensas de otros y ser perdonados por Dios.
San Juan Crisóstomo lo explicó en una de sus Homilías sobre el Evangelio de san Juan. Tras recordar la frase del Padre nuestro, “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12), añadía:
“Yo sé bien que el alma no soporta de buen grado las ofensas; pero si pensamos que sobrellevándolas, no favorecemos precisamente al que nos causa daño, sino a nosotros mismos, presto arrojaremos lejos el veneno de nuestra ira”.
No perdonar a quien nos debe algo, en el fondo, es dañarnos a nosotros mismos, como Cristo explicó en el Evangelio: “Aquel que no perdonó a su deudor los cien denarios, no hizo daño a su consiervo sino a sí mismo se hizo reo de infinitos talentos que antes se le habían condonado” (Mt 18,30-34).
No perdonar al otro lleva a no perdonarnos a nosotros mismos. Por eso tenemos que aprender a perdonar, incluso aprender a olvidar las ofensas recibidas. Así sigue Crisóstomo:
“No nos acordemos de las ofensas de nuestros consiervos. Ejerce tú primero en ti la justicia y luego seguirá la obra de Dios. Tú mismo redactas la ley del perdón y del castigo y tú mismo eres el que sentenciará. De modo que en tus manos está que Dios se acuerde o no se acuerde de tus pecados”.
La enseñanza se encuentra también en san Pablo (Col 3,13), que ordena perdonar completamente, hasta el extremo, de forma que no quede ya nada de lo ocurrido.
Ese fue el modo de actuar de Cristo: no nos recordó nuestros pecados, sino que borró el documento que nos condenaba y no tuvo en cuenta nuestras culpas, como recuerda Crisóstomo citando Col 2,14.
La aplicación es obvia: “Pues procedamos nosotros de igual modo: ¡olvidémoslo todo! Únicamente tengamos en cuenta el bien que haya hecho aquel que nos ofendió; pero si en algo nos molestó, si algo odioso hizo en contra nuestra, borremos esto de nuestra memoria y arrojémoslo lejos: que no quede ni rastro. Y si ningún bien nos ha hecho, tanto mayores serán las alabanzas y recompensas para nosotros que perdonamos”.
Además, olvidar las ofensas recibidas es un modo fácil y asequible a todos para ser perdonados. En vez de hacer vigilias, dormir en el suelo o sacrificarse de muchas maneras (cosas que algunos hacen para ser perdonados), basta con un acto sencillo para lavar los propios pecados: olvidar las injurias.
Lo contrario es una locura que nos daña. Sigue así nuestro santo: “¿Por qué, a la manera de un loco furioso, mueves en tu contra la espada y te excluyes de la vida eterna, siendo así que convendría poner todos los medios para conseguirla?”
Ese es el secreto: amar al prójimo, sea con el perdón, sea evitando la envidia o palabras ofensivas, sea con el hecho de compartir los bienes que poseemos. Entonces recibiremos gratis lo que gratis compartimos. Y nuestras ofensas serán perdonadas porque supimos perdonar y olvidar las ofensas de nuestro prójimo.
(Los textos de san Juan Crisóstomo aquí recogidos pertenecen a la Homilía 39 de sus Homilías sobre el Evangelio de san Juan).
Imagen de Manish Upadhyay en Pixabay