Por Rebeca Reynaud

De joven, Carlos Cancelado fue de voluntario a un hospital, cuando era seminarista. Curó llagas y atendió enfermos con infecciones. Un día vio una niña recién nacida a la que   se le caía la piel y se encontraba mucho muy mal de su salud. Preguntó la causa, y la madre contestó:

̶  Diez veces traté de abortarla.

̶  ¿Por qué?

̶  Porque soy madre soltera y mi mamá me dijo que lo hiciera.

Carlos le dijo:

̶  Pídele perdón a tu bebé, y dile a tu mamá que también se lo pida.

Así lo hicieron. Al poco tiempo a la niña se le dejó de caer la piel y superó sus males.

En un mensaje mariano la Virgen dice: “Muchos no saben pedir perdón. Eso coloca de nuevo a mi Hijo en la cruz”. No perdonar nos encierra en la falta de fe, y la falta de fe ahonda la imposibilidad de perdonar. Es un círculo que gira sin cesar a menos de que lo paremos. A menos que perdonemos.

El perdón es una expresión de amor. Perdonar es olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella y contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella. También es liberar a una persona de un castigo o de una obligación.

El perdón nos libera de ataduras que amargan la vida y enferman el cuerpo. No significa que estemos de acuerdo con lo que pasó ni que le demos la razón a quien nos lastimó. Simplemente es pasar por alto los pensamientos negativos, aceptar lo que pasó y tatar de poner remedio.

Perdonar es lo más difícil del mundo, quizás es algo que nos sobrepasa, pero para eso está la ayuda de Dios. Pocas veces acudimos a Él para solicitar vehemente su socorro. La falta de perdón es el veneno más destructivo para la persona, ya que neutraliza los recursos emocionales y seca la afectividad.

“Si en verdad queremos amar, tenemos que aprender a perdonar”, decía Teresa de Calcuta. Aun ante la más grave ofensa, el perdón, la reconciliación son fundamento de la unidad familiar porque se da con los más próximos, con los que más amas: tus hijos, tu pareja, tus padres, tus hermanos… el perdón es una gran manifestación del amor. Jutta Burgraff dice: Perdonar es amar intensamente.

No se trata de buscar un culpable sino de encontrar una solución. San Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (In Mat homiliae 19,7). En efecto, el perdón es la obra de caridad más sublime. No se vence el mal con la venganza, sino con el ejercicio de la caridad.
La solución comienza cuando reconocemos nuestra frustración, y empezamos a planearnos la posibilidad de perdonar. Mientras vivamos ligados al supuesto agresor, viviremos atrapados por el pasado. Perdonar es la manifestación más alta del amor y, en consecuencia, es lo que más transforma el corazón humano.

Perdonar es un don divino

El perdón es una declaración que se puede renovar a diario para alcanzar la liberación. Todos tenemos errores por eso necesitamos perdonar y pedir perdón. Por algo Jesucristo le dio tanta importancia y nos pide que recemos: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Recuerda algo: Cuando perdonas no cambias el pasado, cambias el futuro… La vida es breve.

Nos conviene ser personas muy fáciles, muy inclinadas al perdón, perdón rápido, universal. Lo que más nos asemeja a Dios es nuestra disposición a perdonar. En cambio, lo que más nos aleja de Él es el espíritu de venganza, la dureza de corazón, la inclemencia. San Juan Crisóstomo llega a decir que “nada nos asemeja tanto a Dios como estar dispuestos al perdón” (In Mat homiliae 19,7).

El perdón tiene cuatro características: Debe ser pronto, de todo, siempre, a todos.

De algún modo Dios nos obliga a perdonar al enseñarnos el Padrenuestro que dice: “Perdónanos como nosotros perdonamos”.

Familia, lugar de perdón

 Copio la parte de una homilía que fue leída en un retiro. El Papa Francisco escribió sobre la familia: No hay familia perfecta. No tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no nos casamos con una persona perfecta ni tenemos hijos perfectos. Tenemos quejas de los demás. Decepcionamos unos a otros. Por eso, no hay matrimonio sano ni familia sana sin el ejercicio del perdón. El perdón es vital para nuestra salud emocional y la supervivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en una arena de conflictos y un reducto de penas.
Sin perdón la familia se enferma. El perdón es la asepsia del alma, la limpieza de la mente y la alegría del corazón. Quien no perdona no tiene paz en el alma ni comunión con Dios. La pena es un veneno que intoxica y mata. Guardar el dolor en el corazón es un gesto autodestructivo. Es autofagia. El que no perdona se enferma física, emocional y espiritualmente.
Y por eso la familia necesita ser lugar de vida y no de muerte; el territorio de cura y no de enfermedad; El escenario de perdón y no la culpa. El perdón trae alegría donde la pena produjo tristeza.

Imagen de Chil Vera en Pixabay


 

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