Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista
Reflexión homilética 27 de julio de 2025
Posiblemente todos tenemos la experiencia de que cuando uno nos pide reiteradamente alguna cosa, termina aburriéndonos y «lo mandamos a paseo».
Hoy el camino de petición que enseña Jesús es distinto.
Génesis
El Génesis nos cuenta cómo Abraham intercedió por Sodoma y Gomorra.
Pidió al Señor, con perseverancia, por una razón muy simple: en aquellos pueblecitos de Sodoma y Gomorra que Dios iba a eliminar con el fuego, vivía su pariente Lot y quería salvarlo a toda costa.
Así fue intercediendo por aquellas ciudades hasta que, al fin, Dios por amor a diez justos, estaba dispuesto a perdonar a esas famosas ciudades.
La última vez que intercedió Abraham fue así:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿y si se encuentran diez justos?
Contestó el Señor: “En atención a los diez no la destruiré”.».
De hecho, el Señor sacó de la ciudad a Lot y familia antes de destruirla, gracias a la intercesión de Abraham.
Salmo 137
Nos habla de la confianza en el Señor y de cómo Él escucha con amor nuestras peticiones:
«Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste…
Daré gracias a tu nombre, Señor, por tu misericordia y tu lealtad».
Y a continuación, el salmista se goza en la experiencia de la misericordia del Señor:
«El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna, no abandonas la obra de tus manos».
San Pablo
El apóstol habla a los colosenses de la importancia del bautismo que nos transforma en hijos de Dios:
«Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él».
De esta manera debemos meditar en la misericordia infinita de Dios a través de la muerte en cruz de Jesucristo:
«Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio clavándolo en la cruz».
Así el Señor ha multiplicado a los renacidos, gracias al sacrificio de Jesús.
Verso aleluyático
Nos recuerda la importancia del bautismo, el primer sacramento que recibimos para entrar en la Iglesia:
«Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abbá, Padre!».
Evangelio
Nos cuenta cómo un día en que Jesús se había retirado a un lugar desierto para hacer oración, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos».
En aquel momento Jesús les enseña a rezar el padrenuestro, que según el relato de San Lucas es el siguiente:
«Cuando oréis decid: “Padre santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día nuestro pan del mañana. Perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo y no nos dejes caer en la tentación».
En esta oración tenemos lo fundamental del padrenuestro que después completará San Mateo en su evangelio y es el que rezamos diariamente.
De todas formas, Jesús, después de enseñar esta oración, les ofrece a los suyos la parábola del amigo importuno. Se trata de un señor que va a casa de su amigo a decirle:
«Amigo, préstame tres panes pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle».
Ante esta petición la respuesta del panadero es negativa porque ya está durmiendo y con sus familiares también acostados. Pero Jesús añade:
«Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite».
Con esta parábola Jesucristo nos enseña a pedir con perseverancia a Dios.
La gran lección del día es esta: La petición de Abraham y su insistencia movió «el corazón de Dios» para salvar a los familiares del gran patriarca.
Y en la parábola que sigue al padrenuestro Jesús nos enseña también a ser constantes en la oración, terminando con estas palabras:
«Si vosotros que sois malos sabréis dar cosas buenas a vuestros hijos: “¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”».