Por José Ignacio Alemany Grau, obispo Redentorista

Reflexión homilética 31 de agosto de 2025

Domingo XXII del tiempo ordinario

Me gusta observar cuando comienzan a sentarse las personas que se creen bien formadas; cómo algunas se empujan para ubicarse en los primeros asientos. Con frecuencia recuerdo el Evangelio de hoy en esos momentos.

Eclesiástico

Nos ofrece una gran enseñanza a todos nosotros:

«Es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes».

Corregir al humilde siempre tiene éxito; en cambio, resalta la maldad del cínico que no tiene cura: «Es brote de mala planta».

Pero el sabio, más bien, aprecia las sentencias de los sabios y tiene «el oído atento a la sabiduría». Este sí merece que se le escuche y que se le corrija a tiempo porque aprecia la verdadera sabiduría.

Salmo 67

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios rebosando de alegría. El salmista alaba a Dios, «Padre de huérfanos y protector de viudas».

De Él dice que desde su santa morada protege a los desvalidos y libra a los cautivos.

El salmo termina alabando a Dios que derrama una copiosa lluvia que alivia la tierra extenuada.

Carta a los hebreos

El párrafo de este domingo comienza negando la llamada de Dios al hombre en un fuego encendido, con nubarrones y tormenta y sonido de trompeta, con gran temor, como ocurría en el Antiguo Testamento.

Más bien con Jesucristo, en la nueva alianza sellada con su sangre, Dios se hace cercanía: «Vosotros os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta… y al Mediador de la nueva alianza, Jesús».

Verso aleluyático

Es una invitación a seguir de cerca a Jesús que carga con su cruz y mantiene sus enseñanzas:

«Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».

Jesús es el Maestro y debemos aprender de Él todas sus virtudes humanas y divinas, en la medida que nos corresponde, especialmente la mansedumbre y la humildad que tanto cuesta al corazón humano, rebelde y orgulloso por naturaleza.

Evangelio

El Evangelio nos presenta una escena muy corriente en muchos ambientes de nuestra sociedad. Jesús se da cuenta de que los invitados pugnaban por los primeros puestos y sin más comenzó con esta parábola:

«Cuando te conviden a una boda no te sientes en el puesto principal, no sea que hallan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que les convidó a ti y al otro y te dirá: “Cédele el puesto a este”».

Jesús describe la vergüenza del que se sentó antes de tiempo, al tener que ir a ocupar el último lugar del banquete.

Por el contrario, Jesús propone la humildad del que se sienta en el último lugar en la boda, y va hasta él el señor de la fiesta y le dice: «Amigo, sube más arriba».

Son las dos actitudes que Jesús destaca: el orgulloso que quiere ponerse en el primer lugar y el humilde que por haber sido sacrificado y ponerse en el último lugar será glorificado.

La gran enseñanza de Jesús es esta:

«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos… Invita a pobres, lisiados, cojos, ciegos: Dichoso tú poque no pueden pagarte. Te pagarán cuando resuciten los justos».

 


 

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