Por Rebeca Reyaud

Escribe Maria Simma: El Evangelio no promete una vida sin Cruz. “El Evangelio sin la Cruz pertenece al Cielo, el sufrimiento sin el Evangelio pertenece al Infierno, el Evangelio con la Cruz es propio de la tierra. Con la Cruz del sufrimiento ayudamos a Nuestro Señor a salvar almas” (Ayúdenos a salir de aquí, p. 221s).

Los novísimos o postrimerías son la muerte, el juicio, el cielo, el infierno y el purgatorio. La falta de predica sobre los novísimos nos está haciendo una religión plana, horizontal. Se olvida que hay también una dimensión vertical y hay una dimensión hacia abajo. Hay quienes se preguntan ¿cómo un Dios de amor ha podido conceder poder al demonio? Porque Dios respeta nuestra libertad. Con la libertad con que pecamos otros son santos. Si creemos en Dios creemos en todo lo que él ha revelado. No escogemos qué creemos o qué no creemos. La economía de Dios es una economía de salvación.

En el gozo del banquete del cielo destacan dos realidades: la primera es la feliz intimidad de cada uno con Dios; y la segunda, la alegría de comunión fraterna propia de todo el banquete en el que se reúnen los hermanos en la casa del Padre. Pero los hombres y mujeres de hoy parecemos andar por esta vida sin rumbo y sin medida del tiempo, ya que no sabemos hacia dónde vamos al final de esta vida en la tierra y, además, no sabemos medir el tiempo de aquí con reloj de eternidad.

San Vicente Ferrer, a fines del siglo XIX tomó el tema del Juicio final como centro de su predicación y con ello conmovió a Europa entera. Un experto sacerdote, Carlos Cancelado, dice que en el juicio nos van a examinar sobre cinco temas: el amor a Dios, la fidelidad al propio camino o vocación, el amor a la familia, el amor al prójimo y el amor al mundo y a la naturaleza.

El Santo Cura de Ars le confiaba a un amigo: “Paso la noche rezando por las almas del Purgatorio, y el día por la conversión de los pecadores. Las práctica de la oración por la liberación del Purgatorio es, después de haber rezado por la conversión de los pecadores, la más agradable a Dios”. Y es que las almas del Purgatorio sufren mucho al verse olvidadas por las personas que viven en la tierra, porque ven en ello una negligencia.

En la audiencia del 15 de noviembre de 1972 Paulo VI concentró su catequesis en la actividad del demonio. Plantea que una de las mayores necesidades de la Iglesia es defenderse del maligno. Una tentación que existe respecto a las cosas demoníacas es la curiosidad, es decir, que allí esa persona cree que se va a enterar de cosas.

El libro que más habla del demonio es el Evangelio pero nunca se le describe. En el apocalipsis se le describe como un dragón. El demonio es pervertido y pervertidor. El exorcista Amorth afirma que las posesiones diabólicas son pocas, hay más bien infestaciones, es decir, cuando el demonio está activo en un lugar o en un espacio porque allí se ha jugado a la ouija o han tenido actividades ocultistas.

El maligno tiende a ocultarse porque no le gusta ser detectado. La Iglesia es muy cauta con los casos de posesión. Hay casos, certificados por psiquiatras, que no responden a síntomas de enfermedades mentales.

El Papa Benedicto XVI describe la condenación, es “no poder hallar gusto en nada, no querer nada ni a nadie, ni tampoco ser querido. Estar expulsado de la capacidad de amar, y por tanto del ámbito de poder amar, es el vacío absoluto, en el que la persona vive en contradicción consigo misma y cuya existencia constituye realmente un fracaso” (Dios y el mundo, 176).

Escribe Benedicto XVI: “Cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto y fraterno. Pero por el contrario, han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, los que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y que, por el contrario, han destruido el mundo. En las visitas «ad limina» de los obispos de los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas” (11-II-08, http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/189547?sp=y).

Muchos percibimos que nos falta algo para ser felices. Alejandro Manzoni (1785-1873), uno de los mejores poetas italianos, en su obra Los Novios, describe gráficamente esta sensación: “El hombre, mientras permanece en el mundo es un enfermo que, metido en la cama con más o menos incomodidad, ve alrededor de sí otras camas, muy aseadas por fuera, muy lisas, y al parecer muy bien mullidas, y se figura que ha de ser muy feliz quien las ocupe. Pero si llega a cambiar, apenas echado en cualquiera de ellas, empieza a sentir de un lado una paja que le punza, en otro una dureza que le mortifica, y pronto se halla, poco más o menos, como en la cama primera. Y esta es la razón de por qué debemos antes pensar en hacer bien, que en estar bien, que es el modo de llegar a estar mejor” (cap. XXXVIII).

Sin Dios nada se construye. Sin los novísimos estamos formando personalidades planas, horizontales. Muchas personas, incluso sacerdotes, no se atreven a hablar del demonio porque hay una tremenda ignorancia y una tremenda cobardía. Se deja de hablar de una serie de temas quizás por cobardía o por respetos humanos, porque el ambiente está lleno de racionalismo. La raíz de todo está en el abandono del realismo de Santo Tomás de Aquino.

Imagen de 🌼Christel🌼 en Pixabay


 

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