Por Rebeca Reynaud

“Aquel hombre era rico. Un día sintió frío. Alguien le contó que San Virila, monje benedictino del siglo X, con un movimiento de su mano, hizo que un rayo de sol siguiera continuamente a un indigente que le había dicho que tenía mucho frío. Así que el hombre rico hizo llamar al santo y le dijo que le daría mucho dinero si le quitaba el frío. Virila respondió: “Te lo quitaré”. Y un tibio rayo de sol cayó sobre el magnate. “Sigo sintiendo frío”, se quejó el rico. “Entonces nada puedo hacer por ti”, dijo Virila, “el frío que sientes sale de tu corazón, y a un corazón frío, ni todos los rayos del sol pueden calentar” (A. Fuentes). El frío de las monedas hiela lo más profundo del corazón.

La literatura clásica tiene refranes que nos llevan a considerar la importancia del desprendimiento de los bienes de la tierra, como aquellos dos de la Celestina, de Rojas, que dicen: “Más son los poseídos de las riquezas que no los que las poseen”. Y otro dice: “¡Cómo crece la necesidad con la abundancia!”.

Una persona le dijo a al Beato Álvaro del Portillo:

-Padre, voy a dar la charla del retiro, ¿qué les digo?

-Diles que en la vida del cristiano hay dos caminos: uno que conduce imperceptiblemente hacia arriba, y otro que conduce imperceptiblemente hacia abajo.

Lo más importante es tener como centro el amor, y los bienes terrenos nos pueden distraer de ese objetivo, o incluso pueden ocupar su lugar, como en el caso del ambicioso o del joven rico del Evangelio: tenía muchos bienes materiales, pero el bien verdadero estaba frente a él. Jesús le dijo: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres”, de tal manera que no pongas el bien donde no está. Dios le pidió lo que él tenía que entregar, pero no se lo dio, y se fue triste.

Si vivimos bien alguna virtud, parece que no pasa nada ¡pero sí pasa! Una de las cosas que nos muestra la Historia de la Iglesia es que muchas Órdenes se han venido abajo por falta de pobreza. “Cuando la pobreza se resquebraja, es que va mal toda la vida interior” (San Josemaría Escrivá, Meditación 7-III-62). También nos enseña la Historia que la restauración de la cristiandad viene por el desprendimiento del dinero y de los bienes materiales.

El literato francés, Julien Green, escribió: “La creación es tan hermosa, que es necesario hacer un esfuerzo para desasirse de ella.” Chesterton, con su lucidez habitual, decía que el interior del hombre está tan lleno de voces como una selva: recuerdos, sentimientos, pasiones, ideales, caprichos, locuras, manías, temores misteriosos y oscuras esperanzas; y que la correcta educación, el correcto gobierno de la propia vida consiste en llegar a la conclusión de que algunas de esas voces tienen autoridad, y otras no. Estamos ante un problema de discernimiento, que es un problema moral.

La beata Ana Catalina Emmerick cuenta que, en una ocasión, Judas recibió un dinero y preguntó a Jesús de cuánto podía disponer para cada día. Jesús le contestó que el que vive pobremente no necesita ni precepto ni medida, pues lleva la conciencia consigo como ley (tomo 8, p. 311).

Escribe Pilar Urbano: “Ordinariamente, los humanos suelen estar satisfechos con lo que son, pero, pero inquietos, azogados, preocupados, y nunca suficientemente abastecidos con lo que tienen. Debería ser al revés, pero no ocurre así” (El Hombre de Villa Tevere, Plaza & Janés, Barcelona 1995, p. 332).

Hace falta promover una cultura en contra de los excesos. Nos toca sobrevivir a la arrogancia mercadológica. Estamos gobernando la globalización o la globalización nos está gobernando a nosotros. La gran crisis hoy no es ecológica, es moral. Ningún bien vale tanto como la vida, pero si se me va trabajando y trabajando para consumir, puedo perder de vista la necesidad de tener tiempo para Dios y para las relaciones humanas, para la amistad, para el amor para atender a nuestros seres queridos. El hiper consumo hace cosas que duren poco para que se venda mucho. Se podrían hacer focos que duraran más de cien años, pero no son rentables. No deberíamos ser gobernados por el mercado, sino que tendríamos que gobernar el mercado. Los viejos pensadores decían: Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita mucho.

 
Imagen de Tung Lam en Pixabay


 

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