Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
En el comportamiento de las personas se puede caer en posturas contradictorias: o laxismo o rigorismo. Quizá la ‘aurea mediocritas’ de Aristóteles, -mesotés, -justo medio, tema desarrollado en su ética a Nicómaco, nos puede iluminar para lleva una vida equilibrada bajo un sano discernimiento. Evitar pecar por defecto o por exceso. Lejos de los extremos. La virtud está en el justo medio.
Pero si esto vale para la vida ética o moral, también puede tener su aplicación al seguimiento de Cristo; un seguimiento laxo, la jactancia de ser amigos de Cristo ‘porque hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’ (cf Lc 13, 26), sin haber tomado su Cruz en un verdadero y auténtico seguimiento de Jesús. O de rigorismo, si damos el cuerpo a las llamas, si hay esfuerzos sobrehumanos, pero no existe la caridad, de nada nos sirve, como lo enseña san Pablo, en el himno al amor, 1 Corintios 13, 1 ss.
El seguimiento de Jesús se manifiesta en la bondad del corazón, en la humildad, la mansedumbre y la misericordia a toda prueba; en la búsqueda constante del amor por la justicia y la insistencia en la verdad.
Por eso la puerta es ‘estrecha’ como nos enseña Jesús (cf 13, 22-30).
No importa saber el número de los que se salvan o se condenan; sino asumir nuestra responsabilidad de respuesta sincera y humilde al proyecto de Dios. No se trata de tener una visión errónea y blasfema de un Dios permisivo y de un papá bonachón, que todo lo pasa. Se ha de imitar al Padre quien es compasivo y misericordioso; no juzgar a los demás para no ser juzgados, perdonar hasta setenta veces siete, es decir, siempre. Entrar por la ‘puerta estrecha’, es aprender a vivir como él. No se trata de legalismos, ni de un cristianismo amenazante y tenebroso, ni de un moralismo estrecho. No se trata de vivir el laxismo de una sociedad permisiva, de tomar los caminos de lo agradable y placentero, sino con humildad debe de haber ‘ascesis’, renuncia y sacrificio, humildes, pacientes, motivados siempre por el amor a Jesús y a los demás.
Es proclamar con la vida aquello que creemos, que ‘Dios es Amor’; amor que exige renuncia al autoengaño, renuncia a vivir de falsedades y de apariencias. Renunciar a todo tipo de egoísmos, envidias y resentimientos.
Esto es esforzarse por entrar por la ‘puerta estrecha’; Cristo mismo es nuestra Puerta, sobre todo, pienso la llaga de su Corazón Santísimo, que nos transforma y nos concede el don del Espíritu Santo.
Entrar por la puerta del Evangelio, evita ser rechazados por Jesús, porque damos la primacía el amar a Dios sobre todas las cosas y en Dios al prójimo.
La triste constatación es la involución moral o quizá en muchos un amoralismo, permisivo y tolerante.
Se está creando un tipo de ser humano masificado; lo constatamos en la proliferación de personas de todo tipo tatuadas en sus cuerpos. En este tipo de gente masificada, difícilmente pueden crecer los valores éticos, como afirma López Ibor.
Respetar a la persona no es nihilismo moral, ni cinismo, ni indiferencia. Respetar a la persona humana, a su conciencia y en una empatía que nos permita el diálogo.
La bandera de la tolerancia a veces lleva a más discriminaciones; se tolera a unos y se excluye a otros.
Ni el laxismo ni el rigorismo, tienen cabida en el corazón de un cristiano, verdadero discípulo de Señor Jesús, inmolado y resucitado.
Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay