Por Arturo Zárate Ruiz
Parece aventurado decir que hay algo nuevo en la vejez, como si los soponcios, el reumatismo y la sordera fueran ahora inéditos. El caso es que sí hay novedades. Por ejemplo, hay más viejos que antes, y mayores muchos en edad.
No faltan quienes alcanzan con alientos de atleta los 80 años. Las nuevas viejas, además, nada de canas, ni chongos, sino pelo abundante y suelto; nada de arrugas, sino cuerpos esculturales y pantalones muy ajustados. Decía papá de ellas que, cuando viudas, daban la vuelta en auto a la esquina en dos ruedas.
Mucho ha contribuido a ello el progreso en las condiciones de salud de todos por los avances de la medicina. También muchos conocen cómo alimentarse bien y evitar riesgos y enfermedades por el acceso a la educación.
Tal vez eso de “la familia pequeña vive mejor”, es más, el no tener ningún hijo ha ayudado a no pocos a conservarse jóvenes. Eso de lidiar con chiquitines cansa. Es más, estos chiquitines, todavía más de adultos, sacan canas múltiples a sus papás. He allí santa Mónica llore y llore por su desobediente Agustín.
Pero no tener hijos, además de no responder al mandato divino de “Creced y multiplicaos”, tiene no pocos asegunes. Uno que afecta a los mismos viejos es el no verse reemplazados, en la vida económica, por nuevas generaciones.
En México ya no puede uno jubilarse y disfrutar muchos años de sabia senectud porque no hay dinero para pagar a quienes dejan sus puestos de trabajo. Lo que hay son pensiones, y muy raquíticas que, a quienes se retiran, les duraran si les va bien unos tres años. El caso es que cada día es menor la población joven que ingresa a la planta laboral y contribuye a las finanzas del Estado con sus impuestos. Sin esas finanzas, el Estado no puede garantizar presupuesto suficiente para los jubilados o pensionados. El regalito de Bienestar ni para sopita aguada para los sin dientes alcanza. Y no parece haber ya ninguna política pública mejor para proteger a los viejos.
En Europa y en Estados Unidos la población nativa se ha reducido de manera dramática. Si aún cuentan con dinero para solventar a la creciente población retirada, es así no por los nuevos nacimientos, sino por la migración desde Iberoamérica, África y Asia. Pero aun el alivio por el dinero que aportan estos migrantes será temporal. También estos últimos son ahora reacios a tener hijos. Y sin hijos trabajando, los viejos no tienen quienes aporten dinero para una vejez tranquila.
Será muy difícil convencer a los jóvenes a volver a tener hijos, cuando es muy cómodo no tenerlos y sobran los medios para evitarlos.
Su indolencia tendrá sus costos. Si no hay cambios en las tendencias de población, conviene a los adultos y aun a los jóvenes el empezar a ahorrar no sólo para el retiro, también para los crecientes gastos que se les avecinarán, especialmente en la salud. Los servicios públicos de salud actual apenas les aportarán uno que otro curita.
Nos queda esperar a quienes somos católicos el tomar en serio la apertura responsable a tener hijos, no sólo por agradar a Dios, también, aunque no es seguro, para criar hijos que, si no excesivamente cariñosos, al menos tengan alguna vez a bien el visitarnos en el asilo.
Para que estos hijos sean más cariñosos con nosotros en el futuro, pongámosles el ejemplo. Seamos tiernos y próximos a nuestros padres o abuelos cuando ellos ya no puedan asistirse a sí mismos. Si no es imposible cuidarlos en casa, hagámoslo. Ellos no sólo nos cambiaron los pañales, también nos dieron educación familiar e impulsaron nuestra instrucción y desarrollo profesional en las escuelas. En el mundo ocurre cada día más la escasez de vivienda. Por ello, papás ya ancianos dan hospedaje en sus moradas a cuarentones que batallan por establecerse independientemente. Que luego cincuentones no se lo demos nosotros a ellos cuando lo necesitan y podemos hacerlo sería un pecado infame.
Quiera Dios que no nos alcance el destino de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Se eliminan allí a los viejos porque se les considera inútiles y una carga para el Estado.
Que más bien Dios nos permita llegar a viejos para disfrutar a hijos ya grandes y a nietos muchachones. Estos últimos resultan una alegría para quienes peinamos canas, ciertamente por ser ellos hermosos y muy sonrientes. No neguemos que también es así porque no nos vemos obligados a cuidarlos todo el día, sino sólo un ratito.
Imagen de Sabine van Erp en Pixabay