Por P. Fernando Pascual

En tiempo de guerra, se usan diferentes fórmulas para comunicar a la familia la muerte de un soldado. En ellas se habla de que ese soldado murió “en acto de servicio”, “cumpliendo su deber”, “en defensa de la patria”, “al luchar por la libertad y la democracia”, “con honor y valentía”.

Las fórmulas, por desgracia, pueden ser engañosas, cuando las circunstancias de la muerte, muchas veces ocultadas concienzudamente, fueron dramáticas, culpables, o accidentales.

Así, ¿qué sentido tiene decir que un militar murió en acto de servicio, cuando su muerte fue debida a una pelea que se produjo en el campamento por un asunto trivial?

Además, resulta especialmente problemático comunicar la muerte de ese soldado como gesto de entrega por la patria cuando cayó muerto por el tristemente famoso “fuego amigo”, es decir, por disparos de otros soldados que lo confundieron por un enemigo.

Podrían darse otras situaciones: la del soldado “fallecido” mientras intentaba huir y fue alcanzado por los disparos de un oficial de su mismo batallón; o la del soldado que cometió una grave negligencia y provocó que estallase una granada con la que fallecieron él y otros tres compañeros.

Entre esas otras situaciones, provoca un hondo pesar la muerte de varios soldados por culpa de órdenes que los lanzaron a un combate absurdo, en el que era segura su muerte sin alcanzar ninguna ventaja para el ejército.

En este elenco, incompleto, hay una situación que vale para cientos de casos: la de un mensaje en el que se lee que el soldado “murió por la patria”, cuando en realidad murió por la codicia y la injusticia de gobernantes sin escrúpulos que provocaron una guerra de agresión que violaba gravemente el derecho nacional e internacional.

Toda guerra encierra un cúmulo enorme de injusticias, comenzando por la primera de todas: la injusticia de haber iniciado desde una agresión arbitraria.

Entre tantas injusticias, se añade dolor al dolor cuando se oculta a los familias en qué manera mueren miles de soldados, sobre todo cuando muchas muertes podrían haber sido evitadas con muy poco esfuerzo y con un mínimo de prudencia.

Hoy llegarán cartas, o mensajes por correo electrónico, a familias para decirles, con una fórmula estandarizada, que acaba de morir un ser querido. Ante el luto de esas familias, podemos rezar a Dios por el don de la paz, por el triunfo de la justicia, y por ese consuelo que ahora necesitan quienes lloran por la muerte (sin conocer sus detalles más dramáticos), de un hijo, un hermano, un esposo o un padre.

 
Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay


 

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