Por P. Fernando Pascual

Entre los muchos absurdos de las guerras, uno merece una continua atención: el hecho de que haya soldados que “deshumanizan” a los soldados enemigos.

¿Cuándo ocurre esto? Cuando miles de soldados empiezan a ver a los soldados del otro bando como malos, como merecedores de la muerte, como menos dignos de vivir.

El fenómeno ha sido analizado de diversas maneras, pero sorprende cómo sigue presente en nuestro mundo moderno, que tanto presume de haber defendido la libertad y la dignidad humana.

El fenómeno puede tener diversas causas y explicaciones más o menos elaboradas. Pero no puede olvidarse que muchos soldados ven a los enemigos como deshumanizados por culpa de quienes provocan las guerras.

Un soldado es un ser humano como cualquier otro, con sus simpatías y antipatías, con su cultura y sus relaciones sociales, con su capacidad de amar y de odiar.

Ese soldado, en tiempo de paz, puede ser un ciudadano cualquiera. Seguramente, cuando se encuentra con el ciudadano del país vecino, lo verá con mayor o menor simpatía, pero seguramente con un mínimo de respeto.

Cuando inicia una guerra entre los países donde vivían esos soldados, empieza a crecer en sus mentes un extraño mecanismo que los lleva a ver como despreciable al que antes quizá habían mirado con simpatía y respeto.

No debería haber guerras. Pero el hecho de que inicien no otorga un permiso para que miles de soldados empiecen a despreciar a otros miles de soldados simplemente porque llevan un uniforme diferente y porque defienden otra bandera.

Todo buen gobernante busca el bien común y desea elevar entre la gente el amor por la justicia y la paz. Por lo mismo, todo buen gobernante debe trabajar contra la guerra y, si esta iniciase, debe buscar detenerla lo más pronto posible.

Sobre todo, un buen gobernante debe inculcar entre sus soldados la idea de que nunca pueden etiquetar al “adversario” como si tuviera menos dignidad, como si fuera menos humano.

Porque, hay que recordarlo siempre, cuando un ser humano llamado a filas llega a deshumanizar a otros seres humanos, en el fondo él mismo se degrada en su nivel ético y, por lo mismo, hiere su propia dignidad humana.

Al revés, cada vez que un soldado, como ha ocurrido pocas veces (ojalá fuesen muchas más), desobedece órdenes absurdas y ayuda con respeto al enemigo necesitado, muestra que su corazón respeta la dignidad del adversario y, sobre todo, posee esa grandeza de alma con la que realiza gestos auténticamente humanos.

Imagen de Alexa en Pixabay


 

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