Presentamos las conclusiones de la ponencia que sustentó el doctor Rodrigo Guerra López bajo el nombre de Santa María de Guadalupe y la evangelización de América en el contexto contemporáneo, como parte del 26 Congreso Internacional Mariológico Mariano celebrado en Roma en estos días.
Por Rodrigo Guerra López
Santa María de Guadalupe es un método para reaprender a madurar en la fe y para evangelizar con caridad y sin destruir. La Virgen, a través del mensaje del Tepeyac, no nos amenaza con castigos, ni nos reprocha nuestro pecado. Con ternura y paciencia nos acompaña por el camino y nos recuerda que no es a pesar de nuestros límites que Dios actúa. Dios no actúa “a pesar” de nosotros sino a través de nosotros. Lo único que nos pide es reconocer esos límites con sencillez y ofrecernos totalmente cómo somos, a su Amor misericordioso, en cada eucaristía.
Hechos para el Otro
La madurez en la fe no se logra a través de un esfuerzo titánico de la voluntad o de un programa de superación humana. La madurez en la fe surge cuando aumenta nuestra conciencia de que somos hechos por Otro, que siempre nos sostiene y que nunca nos deja. La Virgen María es la “madre” providencial de este proceso. Así es como Ella nos adopta y nos educa. Pidámosle con confianza a la Virgen de Guadalupe, que aprendamos a dejarnos educar y corregir por Ella.
Evangelización preferencial
Así mismo, la evangelización inculturada y realmente animada por una opción preferencial hacia los más pobres y excluidos, sucede cuando, por medio de la gracia, acogemos con paciencia y caridad al otro, sin lastimarlo, ofenderlo o violentarlo.
No perder la esperanza
Es de esta manera que el milagro de conversión y de reconciliación que sucedió a partir de 1531, puede volver a repetirse en todo el continente, de formas inéditas, y también en otros pueblos y en otras culturas. No hay que perder la Esperanza. Con María, esto no es un sueño utópico. La vocación de nuestras familias y de nuestras naciones no es la polarización, la violencia y la fractura. El plan de Dios es otro es vivir como hermanos. La Iglesia es sacramento de la unidad, del perdón y de la reconciliación traídas por Jesucristo a través de María. Con María el plan de Dios para la humanidad puede realizarse en nuestro interior y en el mundo entero. León XIV, hace no mucho nos decía:
Todos, en Cristo, podemos vencer a la muerte (cf. 1 Co 15,54). Ciertamente, es una obra de Dios, no nuestra. Con todo, María es ese entramado de gracia y libertad que nos impulsa a la confianza, a la valentía, al compromiso con la vida de un pueblo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de septiembre de 2025 No. 1576