Por P. Fernando Pascual

Pasa en familia, en una fiesta, en el trabajo, en parroquia: tras una actividad de grupo, son pocos los que se quedan hasta el final para ordenar y guardar lo que haga falta.

En casa, hay quien se queda solo para recoger la vajilla, para tender a secar la ropa o para plancharla, para lavar los platos.

En una fiesta, hay quien se queda solo para retirar la comida sobrante, recoger plásticos, amontonar sillas y limpiar el suelo.

En una oficina, hay quien se queda solo cuando los demás escapan rápido y no dan una mano para recoger papeles, bajar persianas, acomodar sillas.

El fenómeno se puede explicar de muchas maneras, y cada situación puede ser distinta. Pero en general hay dos causas que explican que uno (o pocos) se queden con mucho trabajo sin que otros ayuden.

La primera causa: las prisas, el deseo de llevar a cabo otros planes, el deseo de escapar del comedor, de la sala de fiestas, de la parroquia, para dedicarse a actividades más gratificantes.

La segunda causa: la falta de empatía y de interés por dar una mano en tareas que hay que llevar a cabo (nos gusten o no nos gusten) para el buen funcionamiento de cualquier grupo humano.

Por eso resulta triste esa fuga generalizada de muchos que no quieren dar una mano, mientras dejan a pocos (a veces a uno solo) con la tarea de recoger y ordenar un comedor o una sala de reuniones.

Al contrario, causa una gran alegría encontrarnos con personas que siempre se ofrecen a ayudar, que no dejan a nadie solo, que “pierden” un poco de su tiempo para hacer más rápido una tarea ineludible.

El mundo avanza hacia el egoísmo y el fracaso si no somos capaces de sacrificar algo de nuestro tiempo y si dejamos solos a quienes asumen tareas poco gratificantes.

Al revés, el mundo se hace más bello y más agradable cuando salimos de nuestro egoísmo, nos arremangamos, y empezamos a colaborar en algo tan sencillo como poner orden en las mesas o limpiar los platos tras una convivencia familiar que nos ha hecho más generosos y solidarios.

 
Imagen de Markus Winkler en Pixabay


 

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