Por P. Fernando Pascual
Suena el despertador. Tras los primeros movimientos, notamos que algo no va bien: un pequeño dolor de cabeza, extraños movimientos en el vientre. Al llegar al desayuno, surge un sudor frío que empapa la frente y el dorso.
Cuando uno se siente mal, busca en seguida las causas. ¿Será la cena de ayer? ¿Estaré deshidratado? ¿Habré contraído alguna infección? ¿Tuve una mala noche? ¿Estoy somatizando un problema de trabajo o de familia?
Además, uno se pregunta si aquello durará mucho, cómo afrontarlo mejor, si hace falta una consulta con el médico o basta con un poco de reposo y algo de ayuno.
Para quienes conviven con enfermedades frecuentes, sentirse mal suele ser parte de la vida “ordinaria”, aunque uno nunca se acostumbra. Para quienes gozan de una salud estable, sentirse mal crea inquietudes por la falta de “experiencia”.
La vida humana es frágil, desde su concepción hasta que llega el momento de la muerte. Basta, como decía Pascal, una gota de agua para matar a un humano. No tenemos aquí, nos recuerda la Biblia, ciudad permanente…
Hay que aprender a gestionar adecuadamente esos momentos en los que uno se siente mal. No somos de plástico, ni podemos ignorar eso que nuestro cuerpo experimenta, sobre todo si nos pide reposo, más agua, y menos comida.
Sentirse mal es algo que entra en el camino de cada uno. Deseamos que pase pronto, pero mientras dura el dolor podemos aprender la importancia de cuidar la salud, al mismo tiempo que nos hacemos más comprensivos ante quienes se enferman con frecuencia.
Ahora que me encuentro mal y busco restablecerme lo antes posible (con ayudas y consejos de quienes saben de verdad), puedo aprender a dejar a un lado prisas ordinarias, y a escuchar a quienes, como yo ahora, experimentamos lo frágil que es nuestra existencia terrena.
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