Por P. Fernando Pascual

Tomamos continuamente decisiones. Algunas son sencillas, como cuando ponemos dos cucharadas de azúcar en el café. Otras son mucho más complejas, como cuando decidimos las actividades para el próximo verano.

Cada decisión está rodeada de una serie de influjos, en las que se entremezclan movimientos interiores e influjos exteriores.

Internamente recibimos influjos de la presión de la sangre, del prurito en la piel, del vacío (o llenado) del estómago, de un dolor de cabeza más o menos molesto, de los efectos de una medicina.

Recibimos también influjos internos de lo que podemos llamar nuestra “psique”. La alegría tras una buena noticia influye en el modo de ver y decidir, como también influye la tristeza, que puede durar meses, tras la muerte de un ser querido.

Los influjos externos llegan de diversas maneras. Algunos parecen insignificantes, como cuando sopla un fuerte viento que evitamos en seguida al entrar en un portal. Otros tienen un peso mayor, como cuando contraemos un virus que condicionará por semanas nuestra salud.

Otros influjos externos proceden de noticias, hechos que observamos, comentarios que nos llegan directa o indirectamente. Cuando un amigo nos informa que otro “amigo” nos critica a nuestra espalda, reaccionamos de forma más o menos intensa, y eso influye luego en nuestras decisiones.

Sabemos que, para tomar buenas decisiones, hace falta un buen uso de la prudencia, sobre todo a la hora de identificar los pros y contras de cada alternativa, un poco de sangre fría, y una dosis de “pasión” bien orientada.

En ocasiones, los influjos internos y externos hacen difícil llegar a buenas decisiones, porque nos quitan la concentración, porque nos inquietan, porque provocan deseos de revancha o rencores que desorientan, hasta desembocar en decisiones de las que luego tenemos que arrepentirnos.

No podemos controlar muchos influjos que llegan, como olas continuas en la playa, y que nos afectan de modos más o menos intensos. Lo que sí podemos hacer es trabajar para que influjos negativos no nos aparten del bien ni cieguen nuestro corazón.

Podemos, sobre todo, pedir a Dios serenidad interior, fortaleza de espíritu, luz para ser prudentes, amor que supere los daños que ciertos influjos puedan haber provocado en nosotros. Entonces tendremos mejores disposiciones para que, a la hora de decidir, podamos avanzar un poco en el camino que lleva a lo bueno, lo noble, lo justo, lo bello…

 

Imagen de Pexels en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: