Por P. Fernando Pascual

Cada vez que tomamos una decisión, entran en juego ideas, deseos, sentimientos, emociones, relaciones con otras personas.

Así, cuando decido ir de excursión, escojo un lugar según mis preferencias, la facilidad (o dificultad) de acceso, el tiempo necesario para llegar, las personas a las que podría invitar, el clima que se espera para ese día en concreto.

En ética se analizan los diversos elementos que entran en juego en cada decisión. Hay tres que tienen un papel de mayor relieve para que mi decisión sea éticamente correcta: elegir un “objeto” bueno, tener un fin válido, y moverme en unas circunstancias adecuadas.

La palabra “objeto” no se refiere a algo material, ni a la simple descripción física de las actividades que vamos a poner por obra. Objeto es aquello que pretendo hacer, la acción (o la serie de acciones) que decido acometer.

Así, el objeto de un médico que ofrece unas pastillas a un enfermo no es simplemente el hecho de dar pastillas, sino ayudar a ese enfermo a través del efecto, según supone, que producirán esas pastillas en su cuerpo.

El fin consiste en lo que se busca con cada acción (objeto) que uno elige. En el caso del dar pastillas, el fin puede ser (debería ser) curar al enfermo. Pero pueden existir otros fines: hacer un experimento con ese enfermo concreto, o recibir luego un “premio” de una compañía farmacéutica por promover sus productos.

Las circunstancias son los diversos aspectos que giran en torno a cualquier decisión humana. En el caso de la excursión ya enumeramos algunos: el día elegido, el clima que se espera, el medio de transporte que usaremos, etc.

Para que un acto sea éticamente bueno, según una enseñanza que se consolidó en la Edad Media, deben ser buenas esas tres dimensiones, que eran denominadas “factores de la moralidad”: el objeto, el fin y las circunstancias.

Desde luego, existen no pocos problemas a la hora de identificar correctamente esas tres dimensiones. Ello explica que surjan dudas cuando tenemos que tomar decisiones. Pero hay que resolver esas dudas porque la vida nos exige continuamente tomar decisiones.

Por ello, resulta de especial importancia reflexionar bien antes de tomar la decisión de acometer una nueva tarea, para que logremos identificar la opción más beneficiosa y, sobre todo, la que responda realmente a nuestros ideales éticos de bien y de justicia.

 

Imagen de Kathrynne en Pixabay


 

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