Por Rebeca Reynaud

El poeta Julien Green dice: “La creación es tan hermosa, que es necesario hacer un esfuerzo para desasirse de ella.” No podemos enamorarnos de la creación a tal grado que nos olvidemos del Creador.

En la Navidad de 2019, en la Misa del 24 en la noche, el Patriarca de Belén sugería “coger el estilo de Belén”. ¿Cuál es ese estilo? Pregúntalo a Jesús.

Cada año, el 4 de octubre podemos meditar sobre pobreza, pidiendo a Dios que nos ilumine para ver cómo utilizamos los bienes temporales, es de desear que sea con un desprendimiento interno cada día mayor.

El espíritu de pobreza es imprescindible para seguir al Señor, y exige subordinar el uso de los bienes materiales a un fin más alto. Implica tener sólo lo necesario. ¿Qué debo eliminar? Todo lo que es manifestación de lujo, capricho, vanidad, comodidad y cosas superfluas.

Al estudiar Historia de la Iglesia se ve que la restauración de la cristiandad viene por el desprendimiento.

Una anécdota cuenta que, una mañana Alejandro Magno fue a ver a Diógenes, a quien encontró dormitando fuera de su barril, y le dijo:

– ¿Qué necesitas? Pídeme lo que quieras y te lo daré.

Diógenes espetó:

– Nada, nada más quítese, me tapa el sol.

Hoy nadie optaría por la petición de Diógenes.

El siglo XX inauguró la era de la vastedad: todos podemos tenerlo casi todo. Poca gente le pone tapas a sus zapatos viejos o le pone un parche al pantalón. Hace falta promover una cultura en contra de los excesos. Nos toca sobrevivir a la arrogancia mercadológica.

Estamos gobernando la globalización o la globalización nos está gobernando a nosotros. La gran crisis hoy no es ecológica, es moral. Ningún bien vale tanto como la vida, pero si se me va trabajando y trabajando para consumir, puedo perder de vista la necesidad de tener tiempo para Dios y para las relaciones humanas, para la amistad, para el amor para atender a nuestros seres queridos. El hiper consumo hace cosas que duren poco para que se venda mucho. Se podrían hacer focos que duraran más de cien años, pero no son rentables. No deberíamos ser gobernados por el mercado, sino que tendríamos que gobernar el mercado. Los viejos pensadores decían: Pobre no es el que tiene poco, sino el que necesita mucho.

Tenemos recibido del Señor el señorío sobre los bienes del mundo. Cuando vemos que alguna pasión nos quiere sobrepasar, es el momento de clamar con humildad y pedirle fuerza al Señor.

Santa Teresa decía: Gracias Señor porque me has librado de mi misma.

Tagore escribe Ofrenda Lírica:

Prisionero, ¿quién te encadenó?

Mi Señor, dijo el prisionero. Yo creí asombrar al mundo con mi poder y mi riqueza, y amontoné en mis cofres dinero que era de mi Rey. Cuando me cogió el sueño, me eché sobre el lecho de mi Señor. Y al despertar, me encontré preso en mi propio tesoro.

Prisionero, ¿quién forjó esta cadena inseparable?

Yo mismo la forjé cuidadosamente –dijo el prisionero-. Pensé cautivar al mundo con mi poder invencible; que me dejara en no turbada libertad. Y trabajé, día y noche, en mi cadena, con fuego enorme y duro golpe. Cuando terminé el último eslabón, vi que ella me tenía agarrado.

Un profesor que ya murió –Carlo Caffarra- nos dijo en una clase: Estaba muy claro en el Evangelio lo que era la pobreza más no la entendimos, tuvo que venir San Francisco de Asís a enseñarnos en la práctica, cómo se vive.

 

Imagen de Avi Chomotovski en Pixabay


 

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