Por Cecilia Galatolo

Los padres que tienen más de un hijo notarán cómo cada niño se enfrenta a la realidad y a sus deberes de manera diferente. Algunos tal vez no tengan dificultades en el colegio y asuman sus responsabilidades con diligencia, sin necesidad de una implicación especial por parte de los padres. Otros, en cambio, necesitarán ser motivados y acompañados.

Aquí te proponemos cinco consejos:

1.  Mucha paciencia y una buena dosis de buen ejemplo

San Francisco de Sales decía: “Lo que necesitamos es una taza de comprensión, un barril de amor y un océano de paciencia”. Y también afirmaba: “Las obras hablan mucho más alto que las palabras”.

En la familia, estos dos aspectos —la paciencia y el ejemplo— tienen un valor vital. Los padres, además de tener paciencia, pueden ser testigos creíbles de la importancia del estudio si cuentan a sus hijos los beneficios que este les ha aportado en sus vidas. Incluso si no estudiaron con seriedad, pueden compartir por qué, si pudieran volver atrás, lo harían diferente.

Los padres no necesitan presentarse como modelos perfectos e inalcanzables. Pueden mostrar lo que el estudio —o la falta de él— ha significado en su vida, cómo están tratando de compensarlo ahora y también compartir sus momentos de esfuerzo y debilidad. Así los hijos entenderán que ningún camino está libre de obstáculos, pero que, con el equipo adecuado, ningún obstáculo es insuperable.

Si conocemos el valor del estudio, debemos demostrar que lo más importante no es quedar bien ante los demás, sino ayudar al hijo a superar retos y a pensar con autonomía.

2.  Proponer el estudio como un estilo de vida: ir más allá de las notas o premios

¿Cuántos niños o adolescentes logran apreciar el estudio por el enriquecimiento personal que les brinda o por las habilidades que les ayuda a desarrollar?

Mortimer J. Adler, un famoso filósofo y educador, decía: “El objetivo del aprendizaje es el crecimiento, y nuestra mente, a diferencia de nuestro cuerpo, puede seguir creciendo mientras vivamos”.

Sin despreciar las notas o los elogios, intentemos tener con los hijos un diálogo más profundo, explicándoles que la capacidad de estudiar es una herramienta poderosa para analizar mejor la vida. El estudio favorece, ante todo, el crecimiento personal y contribuye al bien común. Si interiorizamos este enfoque, podremos transmitirlo con más facilidad.

3.  Establecer juntos una rutina

“Sea lo que sea lo que la mente humana deba comprender, el orden es una condición indispensable” (Rudolf Arnheim, Entropía y Arte, 1971).

Tener una rutina y desarrollar un método de estudio es esencial. Sin organización —especialmente mental—, lo que intentamos aprender corre el riesgo de perderse en el caos.

Una rutina diaria —por ejemplo, empezar a estudiar a la misma hora o tener un espacio fijo para el estudio— ayuda a preparar la mente. Podemos construir junto con los hijos una rutina adaptada a su ritmo de vida, teniendo en cuenta el deporte, el ocio y el descanso.

Respetarla les ayuda a acostumbrarse a las responsabilidades que tendrán en la vida. Hacer lo que uno quiere cuando quiere puede parecer atractivo, pero hace que la persona sea más vulnerable ante las emociones e impulsos del momento, y no la prepara para asumir compromisos a largo plazo.

4.  Enfatizar los talentos naturales del hijo para que él también los reconozca y los cultive

“Un ganador es alguien que reconoce sus talentos naturales, trabaja duro para convertirlos en habilidades, y usa esas habilidades para alcanzar sus metas.” (Larry Joe Bird)

Nadie mejor que los padres para ayudar a los hijos a reconocer sus inclinaciones. Todos necesitamos que alguien nos valore, que alguien que nos conoce bien nos haga de espejo y nos muestre en qué destacamos.

Ningún niño carece de talentos, pero muchos corren el riesgo de no verlos. Cuando ayudemos a nuestros hijos con los estudios, animémoslos a desarrollar —también fuera del ámbito estrictamente escolar— aquellas áreas donde notamos una especial predisposición.

5.  Ayudarles a aprender del fracaso

El error o la caída no deben verse como “el final”, sino como el primer peldaño hacia un nuevo comienzo.

Equivocarse es parte del aprendizaje. Es un dicho tan antiguo como sabio.

Sin embargo, en el momento del fallo, es fácil pensar lo contrario: que no valemos, que nunca estaremos a la altura, que no tenemos capacidad.

El papel del padre o de la madre, que por supuesto también debe corregir y marcar límites cuando es necesario, consiste sobre todo en mostrar el valor concreto y positivo que tienen los fracasos en la vida.

Artículo publicado originalmente en www.familyandmedia.eu

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de octubre de 2025 No. 1579

 


 

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