Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Nuestra experiencia sobre la oración de petición, nos puede parecer inútil, por los resultados nulos, en lo inmediato.
Oramos en favor de la paz; que cesen las guerras fratricidas e inmisericordes, como la guerra entre Rusia y Ucrania; que cesen los gobiernos corruptos que causan estragos en los diversos países; que cesen los crímenes de los narcoterroristas; que cesen la demagogia y la sofística de los regímenes perversos; que se respete la vida; que cesen las manipulaciones informativas para que prevalezca la imagen del político a todas luces ficticia; que cesen las irresponsabilidades humanas y los crímenes ecológicos, y un largo etcétera.
Cuando los problemas nos afectan por su cercanía, la enfermedad de un ser querido o la propia, arrecia nuestra flaqueza.
Tenemos el elenco en la oración de los fieles de las misas, aunadas a nuestras familiares o personales peticiones.
Ante la aparente ineficacia de nuestra plegaria, se puede caer en el desaliento y en catalogar a la oración como verdaderamente ineficaz e inútil.
Pero Jesús nos invita ‘a orar sin cesar y no desfallecer’ (cf Lc 18, 1-8).
El Papa Benedicto XVI, nos enseña que ‘la fe es la fuerza que en silencio, sin hacer ruido, cambia el mundo y lo transforma en el reino de Dios, y la oración es expresión de la fe’ ( 21 de octubre del 2007).
La oración es el grito del alma que clama a Dios y es la fuerza para transformar el mundo.
Nuestras realidades sociales son muy difíciles pero la fe que fundamenta la esperanza, hace incansable el orar sin cesar.
La viuda del Evangelio (cf Lc 18, 1-8), ante el jueces inicuo, que no cree en Dios ni tiene conciencia ética,- como muchos jueces, peor si siguen consignas, son corruptos o fieles a la ideología monocolor, Jesús nos enseña a insistir sin desfallecer en nuestras peticiones, porque además, Dios es el juez en el tribunal de última instancia, nos habrá de hacer justicia.
No olvidemos que Dios condiciona la eficacia de nuestra oración a una sincera y verdadera conversión del corazón.
Hemos de combatir el mal con la sobreabundancia del bien, lejos de todo tipo de violencia; el amor es más fuerte que el odio y la violencia.
Jesús crucificado tiene permanentemente sus manos horadadas por los clavos en súplica al Padre y nosotros igualmente de modo constante y sin desfallecer.
La oración del pobre, nos hace reconocer nuestros límites y nos permite ser más confiados en el pleno abandono en las manos del Padre y nos puede hacer más sinceros y humildes para escuchar con sinceridad a Dios y el dolor del sufriente.
Ciertamente nos cala en lo profundo del corazón el silencio de Dios ante los desastres humanos causados directamente por los egoísmos o por los desastres catastróficos de la naturaleza herida por nuestro pecado inconsciente.
Solo tenemos la fe que nos lleva a confiar totalmente en el Padre, como los gritos de Jesús en la Cruz: ‘Padre, por qué me has abandonado’ y la última súplica ‘en tus manos encomiendo mi espíritu’.
Finalmente, esta doble súplica y la misma actitud, es la propia del cristiano que vivencia la misma experiencia de Jesús en su propia vida.
Image by Meranda D from Pixabay