Por P. Fernando Pascual

Cuesta poco dejar el jabón en su lugar, poner la percha vacía en el armario, limpiar la parte de la mesa que hemos manchado por descuido, cerrar la puerta sin hacer ruido.

Si tomásemos un cronómetro, algunos de esos pequeños gestos “ocupan” escasos segundos. Además, no exigen sudores, ni están rodeados de riesgos.

Para llevarlos a cabo, basta muy poco: ojos para ver, voluntades para decidir, y en un instante hay más orden y limpieza en la casa.

Es cierto que vivimos en un mundo de prisas, que tenemos mil cosas en la cabeza, que buscamos ahorrar hasta el último minuto.

Es cierto también que no “vemos” ni captamos pequeñas necesidades o gestos concretos que podemos llevar a cabo para colaborar con otros en lo cotidiano.

Pero también es cierto que con una acción que cuesta muy poco, en la casa, en el trabajo, al visitar a un amigo, mantenemos mejor el ambiente que nos rodea y damos una pequeña alegría a quienes se sienten ayudados.

Miles de gestos cotidianos cuestan muy poco y rinden mucho. Rinden, porque con ellos atendemos necesidades de cada día. Rinden, porque colaboramos con otros en tareas comunes. Rinden, porque más de uno agradecerá esos pocos segundos que invertimos para cerrar una ventana por la que se enfriaba la casa.

Rinden, incluso, para uno mismo. Ese “esfuerzo” tan sencillo y fácil que me quitó apenas unos segundos ha dejado en mi corazón esa alegría de haber hecho algo por los demás.

Veo una pequeña mancha de grasa en el suelo. Para que nadie resbale, tomo un trapo y la elimino. Tal vez costó un poco más, y la espalda ha emitido una queja suave. Pero hoy en casa he estado más atento a pequeñas necesidades, y he sido parte de una familia que en la que nos queremos y, por eso, cada uno busca cómo dar una mano a los demás.

 


 

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