Por Jaime Septién
Un reciente ensayo, publicado en Letras Libres, de Ian Buruma (“Seguir siendo decente en una sociedad indecente”) me trajo a colación dos temas: 1. Las indicaciones sobre la decencia que tanto gustaba a nuestros padres y abuelos. 2. El libro sobre la sociedad decente del pensador judío Avishai Margalit (también lo cita Buruma) que tantas veces he comentado en esta columna.
Cuando joven, la palabra decencia me traía recuerdos del manual de buenas costumbres de Carreño. Luego, ya en la vida adulta, aprendí que la decencia es “la dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas”, según lo define la RAE. En el libro de Margalit la decencia se convierte en un componente fundamental de la democracia. Una sociedad decente es aquella donde las autoridades no humillan a los ciudadanos.
Buruma recoge estas enseñanzas de Margalit y se pregunta –cosa que seguramente usted, amable lector, se habrá preguntado más de una vez, mirando la corrupción y la violencia que envuelven a nuestro país (y a buena parte del orbe)–: ¿se puede seguir siendo decente en una sociedad indecente y bajo políticos indecentes?
Hay dos respuestas, dice Buruma: a) “la emigración interior, la tentación de ocuparse únicamente de tu jardín privado, de desterrar el ruido de la polis, de negarse a prestar atención a las noticias” que puede disculparse ante una dictadura (como la de Hitler, Stalin y los de ahora), pero, b) “poco se justifica cuando todavía hay libertad de expresión.”
Para poder seguir siendo decentes en una sociedad indecente, pero aún con posibilidades de transformación sin que esto implique destierro, encierro o entierro, “los ciudadanos deben protestar, del modo que mejor les parezca, contra los esfuerzos por destruir las instituciones que protegen la democracia liberal, sobre todo cuando hombres y mujeres que dirigen esas instituciones, incluyendo el mismo presidente, las utilizan para humillar a la gente.”
Si no lo hacemos hoy (aquí y ahora), los ciudadanos mexicanos de esta generación, mereceremos un juicio durísimo y justificado de las generaciones por venir. Nos dirán que la cobardía (Buruma la llama “obediencia anticipada”) atravesó nuestro corazoncito de azúcar y nos tapó la boca, mientras veíamos caer en pedazos lo poco decente que hubiéramos podido heredarles.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 5 de octubre de 2025 No. 1578