Por Fabrizio Piciarelli
El uso obsesivo de las redes sociales ha cambiado la percepción del concepto de belleza, que ha perdido su sentido etimológico original, reduciéndose cada vez más hasta convertirse en sinónimo de apariencia externa.
La obsesión por la “belleza” en línea ha borrado cualquier rastro de autenticidad, diversidad y unicidad. Hoy muchos creen que, si no eres perfecto o no estás embellecido por algún filtro, es mejor no mostrar tu imagen. ¿Por qué? Porque las vidas que se comparten en redes están cada vez más retocadas: no solo los cuerpos y los rostros, sino también los estados de ánimo, las dietas, los estilos de vida, casi siempre idealizados e inalcanzables.
Hace solo unos años, uno se comparaba físicamente con unos pocos amigos, con las imágenes impresas de alguna revista o con la televisión. En cambio, hoy nos enfrentamos diariamente a miles de fotos, vídeos y reels que muestran una perfección estética inalcanzable.
Si antes los cánones de belleza los dictaban un cuadro de Botticelli o una escultura de Miguel Ángel, hoy —y no es exagerado decirlo— los dictan implacablemente las redes sociales, con una sobreexposición de imágenes de personas perfectas, pero irreales, que han llevado a normalizar y exigir estándares estéticos inabordables.
Un fenómeno social que la autora Eleanor Stern ha definido como «sobrecarga de belleza».
De la comparación constante con estos modelos ficticios nace una ansiedad continua, que impulsa el uso compulsivo de filtros que eliminan imperfecciones y, cuando se puede económicamente, a recurrir a la cirugía estética.
Belleza 4.0 entre selfies y retoques
Pero… ¿los rostros perfectos que vemos en línea y que a menudo nos hacen sentir inadecuados, son reales?
Los “filtros de belleza” alimentan la idea de que no es aceptable mostrarse con imperfecciones, es decir, como realmente somos. Nos empujan a esconder nuestra verdadera naturaleza, como si debiéramos avergonzarnos de ella.
Porque no todo lo que vemos en internet es real: esa piel de porcelana, esos pómulos tan marcados y angulosos, no siempre son obra de la madre naturaleza, sino el resultado del filtro adecuado.
A menudo es difícil notarlo mientras se desliza distraídamente por el feed, comparándonos de forma inconsciente con esas imágenes, con el riesgo de perder el contacto con la realidad y de interiorizar la idea de que siempre debemos aparecer como nuestra mejor versión: filtrada y editada.
El selfie se ha convertido poco a poco en un nuevo criterio para evaluar no solo nuestro aspecto, sino nuestra propia persona, como si una buena foto bastara para definirnos. Muchas personas se están volviendo prisioneras del miedo al juicio sobre su imperfección, adaptándose progresivamente a estándares de belleza que no les pertenecen. Es la llamada belleza 4.0.
Uno de los trastornos que más ha crecido a causa de esta dinámica es la Snapchat dysmorphia. En 2018, el cirujano estético británico que acuñó el término contó:
“Cada vez me piden más operaciones quirúrgicas que los hagan parecerse a una foto suya modificada con los filtros de Snapchat. Vienen con el celular y me dicen: ‘No es que no me guste mi nariz, es que no me gusta cómo sale en las fotos’. Es una tendencia que antes no existía.”
Estudios sobre la Snapchat dysmorphia
Un estudio reciente titulado Selfies Living in the Era of Filtered Photographs, publicado por la revista médica estadounidense JAMA Facial Plastic Surgery, afirma que las imágenes filtradas han difuminado la línea entre realidad y fantasía, y podrían provocar dismorfofobia: una preocupación excesiva por defectos físicos inexistentes o mínimos, que causa un fuerte malestar en la vida cotidiana. En la práctica, la persona pasa horas al día obsesionada con sus supuestos defectos, que pueden afectar cualquier parte del cuerpo.
Otro estudio interesante sobre la Snapchat dysmorphia es el realizado en 2023 por la Universidad de Padua: “El trastorno dismórfico corporal en relación con las redes sociales: el nuevo fenómeno de la Snapchat dysmorphia”, donde se encuentra una correlación entre la obsesión por defectos físicos mínimos o imaginarios y la exposición constante a redes sociales. Esta forma de alteración de la personalidad está específicamente relacionada con el uso de filtros de belleza que crean una brecha entre el aspecto real y el modificado, provocando un aumento de la demanda de cirugía estética debido a estándares de belleza irreales promovidos por los medios y reforzados por los filtros.
Body monitoring y body positive
La otra cara de la Snapchat dysmorphia es el body monitoring, es decir, la vigilancia constante del propio aspecto físico, que puede volverse una verdadera obsesión. Según algunas investigaciones, una mujer controla su apariencia física en promedio cada 30 segundos. Los hombres también lo hacen, aunque en menor proporción. El body monitoring es la creencia obsesiva de que todos los que nos rodean están pendientes de los defectos físicos que creemos tener.
Como respuesta a esta tendencia, nació hace más de diez años el movimiento Body Positive, formado por personas que promueven mensajes de aceptación del cuerpo, con todas sus particularidades e imperfecciones.
“Ámate tal como eres” es el mensaje difundido con el hashtag #bodypositivity, creado para promover una idea de belleza libre de cánones predefinidos e impuestos por los medios. Un verdadero himno al sé tú mismo, a mostrarse tal como uno es, a vivir sin filtros.
La belleza está en todas partes: a nuestro alrededor y dentro de nosotros. No podemos —y no debemos— reducirla a un simple clic.
Artículo publicado originalmente en www.familyandmedia.eu
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de septiembre de 2025 No. 1577