Por Arturo Zárate Ruiz

La fe, la religión y la espiritualidad suelen considerarse similares, y aun iguales. En los censos y muchas encuestas se colocan cualquiera de ellas en el espacio asignado a “religión”. Sin embargo, no son la misma cosa.

La espiritualidad en un sentido restringido suele hoy referirse a meras experiencias subjetivas. Suelen mezclarse algunas ideas de la psicología humana, las tradiciones místicas y esotéricas, y las religiones orientales. Con ella, se pretende así alcanzar el verdadero yo mediante la auto-revelación, la libre expresión y la meditación. En este sentido, no implica ninguna religión, ningún encuentro con el Otro, sino con uno mismo. Y aunque hubiese ese Otro, no dejaría de ser uno mismo por la creencia frecuente de que no hay más que una sola Cosa, un solo Ser. En éste debemos diluirnos, desaparecer para que se dé así la paz. Esto lo proponen algunas prácticas panteístas, como no pocas veces ocurre con el Yoga, el taosimo o el budismo. Es más, por muy “espirituales” que se consideren las espiritualidades, no todas ellas son algo “espiritual” porque algunas creencias sobre la naturaleza de “uno mismo” no pocas veces niegan el espíritu mismo y lo reducen a comportamientos complejos de cerebros que, aunque avanzados por pertenecer a los humanos, no dejan de ser puramente orgánicos, materiales, incluso afectables por drogas, como las psicodélicas. Entonces se pretende alcanzar experiencias dizque “místicas” con el consumo de hongos como los provistos por María Sabina a los hippies.

Las religiones se refieren, leemos en la Red, «a un conjunto de creencias, prácticas y sistemas culturales que conectan a las personas con lo sagrado, espiritual o divino, a menudo a través de un ser supremo o fuerzas sobrenaturales. Se manifiesta en dogmas, normas morales, rituales como la oración o el sacrificio, y la formación de comunidades de fe. A lo largo de la historia, las religiones han buscado explicar el sentido de la vida, el origen del universo y han establecido marcos éticos para la sociedad».

Una deformación de la religión es la magia y la hechicería. Con ellas, se establece un “pacto” con los demonios para hacer exitosamente el mal y acceder indebidamente a bienes que se codician. Si con la religión se propicia y da culto a las fuerzas del bien, con la hechicería se manipulan los instrumentos preternaturales del mal y se entrega uno al dueño de estos instrumentos, el diablo.

La fe es tanto un don de Dios como un acto humano. Es un don porque con la fe Dios se nos revela. Es un acto humano porque el hombre da su asentimiento libre e inteligente a esa Revelación. Nunca es forzado a aceptarla, pues la abraza y hace suya por amor.

Aunque la fe rebasa la razón, no es contraria a lo razonable. La rebasa porque, no podemos conocer por la pura razón que Jesús es Dios. Es Jesús quien nos lo revela. Es razonable porque es posible conocer que Dios existe por el camino de la razón, es más, es posible inferir que el Dios cristiano es el verdadero porque coincide con lo que es perfecto, el mismo Amor.

La fe es vida. Con ella le encontramos sentido. Sin ella, se vuelve tortura y, como Job, nos veríamos tentados en abandonarla. Este patriarca dijo: «¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus jornadas las de un asalariado?» Y dijo: «¡Si Dios se decidiera a aplastarme, si soltara su mano y me partiera en dos! Entonces tendría de qué consolarme y saltaría de gozo en mi implacable tormento… ¿Qué fuerza tengo para poder esperar? ¿Cuál es mi fin para soportar con paciencia? ¿Tengo acaso la resistencia de las piedras o es de bronce mi carne?»

Pero Dios no sólo nos promete dicha eterna en el Cielo de servirlo y amarlo, también desde ahora nos restaura su favor. A Job le restauró sus bienes y su familia: «llegó a poseer catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas… vivió todavía ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación». A los cristianos nos ennoblece y reviste ya de gracia al insertarnos, por Cristo, en su vida divina.

 
Imagen de Couleur en Pixabay


 

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