Por Jaime Septién

El título de esta columna viene de un cuento del escritor francés Alphonse Daudet. Se trata del relato de un niño alsaciano. Los prusianos —tras la guerra de 1870—se han anexado de Francia la Alsacia y la Lorena. Poco a poco la han ido colonizando. Primero con las armas, después con las leyes y, por último, quizá la forma más terrible de colonización, con el idioma.

El cuento de Daudet narra en primera persona del singular la mañana en la que un niño va retrasado a la escuela. Él prefiere el campo, la naturaleza, que aprender el francés. El viejo maestro del pueblo, el señor Hamel, era un hombre exigente. Amaba su profesión. Al pasar por la plaza alguien le grita que no se apresure, que tendrá mucho tiempo para retrasarse e ir a recibir lecciones.

¿Qué había pasado? El niño lo descubrirá al llegar al salón de clases. Todo estaba en silencio. El profesor lucía sus mejores galas. Cuarenta años de servicio lo rodeaban. Era la última clase que iba a darles. Los prusianos, soldadotes tozudos, habían prohibido el francés y a partir de mañana las clases iban a ser en alemán. Al niño narrador y a todos sus compañeros se les viene encima una catástrofe, al igual que al propio Hamel: “cuando pudimos aprender lo valioso que es una lengua, lo dejamos para otro día.”

El final del cuento es bellísimo. Suenan las campanas de la iglesia. Son las 12:00. Tiempo de rezar el Ángelus. Suenan las trompetas de los soldados prusianos. Regresan de sus ejercicios militares. Termina la clase. El maestro Hamel, con toda la resignación y la fuerza de la que es capaz, escribe en el pizarrón: “¡Viva Francia!” Los alumnos salen lentamente. Han perdido el tiempo, han perdido el lazo que les une. Intuyen que si conservan su lengua son libres.

Me da por pensar que lo mismo está ocurriendo en México. Estamos perdiendo el riquísimo idioma español. Lo estamos cambiando por las baratijas del inglés global (el globish). Y por el insulto. ¿Alguien será capaz de escribir en un pizarrón ideal, que cubra los 2 millones de kilómetros cuadrados de nuestro territorio, “¡Viva México!”, es decir: viva el español y conviva amablemente con las lenguas vigentes de los pueblos originarios? Cuánta riqueza derrochamos sin ton ni son. Y cuán poco arrepentidos estamos de hacerlo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de octubre de 2025 No. 1581

 


 

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