Por P. Fernando Pascual
Puedo llamar ahora, o en unos minutos, o en la noche, o mañana, o… o no llamar.
Puedo salir al parque cercano, o tomar un autobús para dirigirme a las afueras, o ir en tren un poco más lejos, o… quedarme en casa.
En ocasiones, vemos ante nosotros numerosas alternativas, cada una con sus pros y sus contras. En ellas, además, surgen bifurcaciones: al salir, puedo tomar el paraguas o simplemente una gorra, llevar un bocadillo preparado en casa o comprarlo en el camino.
Puede causar algo de confusión, o incluso cierta inquietud, contemplar un exceso de alternativas. Percibo que al escoger esta alternativa dejo, al menos en buena parte, fuera a las demás, cuando tal vez nos gustaría llevar a cabo varias en poco tiempo.
Sabemos que eso es imposible: si salgo de paseo no me quedo en casa. Además, lo que decido puede tener consecuencias buenas o malas: si decido llamar mañana pierdo ahora una ocasión importante para aclarar ese asunto difícil que quizá mañana se haya enrevesado.
Nos damos cuenta de que no podemos quedar paralizados por angustias o ansiedades ante las opciones que aparecen ante nuestros ojos (y otras opciones que, por desgracia, no hemos sabido identificar a tiempo). Pero el tiempo corre, y tenemos que tomar decisiones.
Soy consciente de que ese famoso posponer la opción para mañana es, en el fondo, una decisión: decidí no decidir ahora, lo cual parece hasta contradictorio.
Veo ante mí varias alternativas. Necesito reflexionar bien para escoger aquello que me ayude y que sirva también para los seres queridos. La vida es demasiado importante como para desperdiciarla en opciones banales.
Con lo que decido ahora construyo parte de mi vida. Pido a Dios que me ayude a romper mis dudas ante tantas opciones, a identificar la que sea realmente buena, y a dedicarme, generosamente, a las opciones que me ayuden a amar más y mejor.
Image by Arek Socha from Pixabay






