Por Martha Morales
Hay estrategias para vencer los pecados capitales. Escuchar a Dios cambia nuestra manera de pensar y de vivir. Dios está vivo en las Sagradas Escrituras, nos habla y, si escuchamos, es mucho más difícil caer en conductas destructivas.
Si tenemos un plan de acción para lucha contra la soberbia, es más fácil vencer. Dios nos hizo perfectos, pero con la libertad podemos hacer decisiones equivocadas o certeras, y con ellas hemos de pagar las consecuencias, por eso hay que poner en acción ese plan.
Esther Bonnin expone la “vacuna” contra la soberbia y sugiere unos pasos:
1. Escuchar a Diosde modo que él sea nuestro guía, sabiendo que él solo quiere nuestra felicidad. “Felices los que escuchan lo que Dios dice y le obedecen” (Lucas 11, 28). La Palabra de Dios está en la Biblia y allí Dios nos dice: “el que me oye y hace lo que digo es como un hombre que construye su casa sobre roca” (Mateo 7, 24-25). Nos equivocamos cuando ignoramos la Palabra de Dios. Dios ayuda a tener una autoestima sana, eso nos lo irá revelando Dios si perseveramos en la oración mental.
2. Dejarme guiar por personas competentes, honestas y disponibles. A los amigos hay que “herirles” con la verdad para no destruirlos con la mentira. Acercarnos a las personas que nos traen a la realidad y nos ayudan a mejorar la espiritualidad. Detrás de la soberbia hay una herida, Dios la puede sanar si lo pedimos, y esto es un proceso que requiere paciencia. A veces no podemos ver más allá de nosotros mismos, pero con la humildad y la ayuda externa podemos abrir un horizonte nuevo, animante.
3. Hacer un plan de acción, para ello hay que basarnos en nuestro propio conocimiento y el conocimiento de la Palabra y decidirnos a seguir sus enseñanzas. Necesitamos la sabiduría de Dios por eso hay que pedirla. ¿Y porque leer la Biblia? porque es el “instructivo” del hombre. La enseñanza del Señor es perfecta porque da nueva vida, hace sabio al hombre sencillo. El salmista rezaba: “Señor, quítale el orgullo a tu siervo” (Salmo 19). No es fácil obedecer, hacer caso a Dios. Hay que callar el bien que hacemos y reconocer el daño que hicimos. Hay que admitir que no lo sabemos todo, y esto supone un gran paso. Podemos evitar las justificaciones: “Me equivoqué, pero es que…”. Si llevamos muchos años “sin rienda”, nos puede costar mucho trabajo elaborar un plan de acción, pero ¡vale la pena!
4. Pedirle ayuda a Dios. La humildad es la verdad, es aceptar nuestra propia realidad, y hacernos responsables de nuestra vida. Dios ama al manso y al humilde. El Señor no pide perfección sino capacidad de amar. Necesitamos ponernos en el lugar del otro para comprender su situación para ser empáticos; esto ayuda a reducir el juicio y la arrogancia. ¿Qué sé yo que hay detrás de tal persona? Sé poco, y no me toca juzgar. El problema está en que no le pedimos al Señor por nuestras debilidades. Jesús dijo: “Pedid y se os dará” (Mateo 7,7).
5. Poner en práctica el plan. Podemos dejarlo por pereza. Es esencial conocer nuestras fortalezas y debilidades. El conocimiento propio es fuente de sabiduría. Los demás tienen una gran riqueza por eso hay que escucharlos, su trato ayuda a ampliar la propia visión del mundo. Agradecerle a Dios nuestros logros. Para fortalecernos tenemos el sacramento de la reconciliación y de la eucaristía, así tendremos fuerza para servir. Servir en lo que sea ayuda para hacer a un lado nuestras conductas de soberbia. Además, está el buen humor que ayuda a no tomarnos tan en serio y reírnos de nosotros mismos.
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