EDITORIAL

México no aguanta más horror. El brutal asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, no solamente ha conmovido al país, ha enviado un mensaje muy claro de parte del crimen: los que mandamos somos nosotros.

Manzo se había enfrentado a los grupos delictivos que controlan Michoacán; había denunciado, con un valor fuera de serie, la corrupción de gobernantes y policías, las extorsiones a los productores de limón, de aguacate, el terror con que viven los ciudadanos de a pie; se la había jugado en serio. Los asesinos lo tenían en la mira. Quienes tendrían que haberlo protegido volteaban hacia otro lado. Lo normal en este país que se hunde entre charcos de sangre y miseria moral.

El mensaje hacia el resto de los mexicanos, además de lo que apuntamos arriba, tiene que ver con el denso reino de la muerte que se ha ido extendiendo como una mancha de aceite en las redes sociales y en las modas que abandonan la identidad cristiana y mestiza de México. Manzo fue asesinado la víspera del Día de Muertos, en el inicio del Festival de las Velas. Ritual que combina el respeto a los difuntos y la luz de la resurrección. Eso ya no importa. Ahora lo que importa es honrar a balazos a la muerte. Y que corra la sangre, porque estamos volviendo a nuestras “raíces prehispánicas”.

Confusión e indecencia. Gozamos humillándonos unos a otros. El grado cero de la civilización. ¿Cuántos Manzo vamos a tener que esperar hasta que nos demos cuenta que si algo nos va a sacar de este fango de espanto es la reserva espiritual –ese tesoro– que es la unión de las dos mitades de México representada en Santa María de Guadalupe? No, no son estampitas piadosas ni mandas de rodillas a la Basílica. Son acciones concretas las que construyen una sociedad civilizada. Acciones que comienzan en la casa. Que siguen en la calle y se muestran en el respeto del otro. También que el gobierno nos proteja. Porque, si el gobierno falla en la seguridad de los ciudadanos de bien, entonces ¿para qué sirve?

Una oración por la familia de los funcionarios, sacerdotes, mujeres, hombres, muchachos asesinados en esta barahúnda de crímenes idiotas. Por Uruapan, por Michoacán, por México. Si Guadalupe tuviera un megáfono, desde la cima del Tepeyac diría a sus hijos (nos lo dice, pero no la escuchamos): ¡Ya basta! Y como en las bodas de Caná, agregaría: “Hagan lo que Él (su divino Hijo) les diga”. Pues bien, ya nos lo dijo: ¿a qué esperar?

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de noviembre de 2025 No. 1583

 


 

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