Por Mary Velázquez
Por años, el Padre Josamir Ulises Barrera guardó en su corazón el anhelo de convertirse en sacerdote. Sin embargo, antes de seguir ese llamado, decidió cumplir otro sueño de su infancia: estudiar Medicina. Tras siete años de preparación, se graduó como médico integral comunitario en 2013. Estaba satisfecho con su profesión, pero el deseo de consagrarse a Dios seguía latente.
Su búsqueda lo llevó desde su natal Panamá hasta México, al Instituto de los Padres Misioneros de la Caridad. Allí, sus dudas se disiparon y en 2015 inició su formación sacerdotal. El 22 de agosto pasado, fue ordenado sacerdote en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el mismo lugar donde años atrás había sentido su primera inspiración. Hoy, convencido de su vocación y del poder del servicio, ejerce su ministerio en Guatemala.
— Padre Josamir, ¿cómo nace la vocación espiritual y misionera?
El llamado llegó de manera clara cuando tenía 14 años. En ese entonces era un adolescente convencido de que sería médico, esposo y padre de familia. Sin embargo, mientras veía por televisión la canonización del ahora san Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, me conmovió ver al Papa Juan Pablo II —ahora también santo—. Pensé: “¿Qué tiene esta persona, que aun con tantas enfermedades logra acercarnos con tanta fuerza a Jesús?”. Allí surgió el llamado, a través de este Papa. Y ahora, con más madurez, creo que Dios usó la figura de san Juan Pablo II para llegar a mí.
— ¿Algún otro santo del siglo XX influyó en su decisión?
Sí. Primero san Juan Pablo II y luego santa Teresa de Calcuta, ambos grandes amigos, santos de nuestro tiempo. Ellos nos enseñaron a mirar al otro con caridad y amor. Pero fue santa Teresa, a través de su documental Madre Teresa: El legado, quien me inspiró hacia los pobres, hacia la caridad del amor; fue entonces cuando dirigí mi mirada a los Padres Misioneros de la Caridad.
— ¿Cómo nace el espíritu misionero?
Desde la ciudad de Colón, en Panamá, me fui a Guadalajara, México. Ya era médico, pero sentía que algo me hacía falta, y fue entonces cuando comencé el camino de la vocación sacerdotal, inspirado en servir a los pobres entre los más pobres. Desde 2015 empecé mi formación con los Padres Misioneros de la Caridad. Estuve en México, Kenia e Italia, siguiendo el mensaje de esta casa formadora que nos enseña que todos podemos comenzar a servir desde donde estamos.
— ¿Qué papel han jugado los Padres Misioneros de la Caridad?
Ellos son una orden inspirada en el trabajo y servicio de santa Teresa de Calcuta. Al igual que ella, nos han inculcado el deseo de servir a Dios entre los más vulnerables. Somos una familia de sacerdotes que busca saciar la sed de Jesús; el sufrimiento humano nos enseña esa sed. Una de nuestras tareas es aprender a consolar y a vivir ese sufrimiento.
— ¿Cuál es el papel de la Virgen de Guadalupe en este proceso?
Ella es la protagonista de mi sacerdocio. Todo comenzó cuando vi la canonización de san Juan Diego; allí inició su papel en mi vida. Además, fui ordenado en su casa, en la Ciudad de México. Soy el primer panameño en recibir el sacramento del orden sacerdotal en un santuario mariano y el tercero de mi congregación en hacerlo de forma histórica.
— ¿Qué le diría a otros jóvenes que aún no tiene claro el camino vocacional?
Dios no te quita nada. Aun cuando uno tiene planes muy claros, Dios obra desde el corazón. Es importante y necesario poner los sueños y la vida en manos de Dios, porque Él es quien da sentido a la existencia humana. Yo tenía otros planes, y ahora me ha llamado a un camino diferente. Siento un gran gozo, porque sé que Dios está haciendo en mí una obra nueva.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de octubre de 2025 No. 1581






