Por P. Fernando Pascual

Una persona puede tener la razón y expresarse con dureza, con un claro deseo de imponerse, incluso con desprecio hacia quienes piensan de otra manera y estarían, según cree esa persona, equivocados.

O uno puede tener la razón y expresarse con sencillez, de modo humilde, sin avasallar a los oyentes, sin despreciar a quienes tengan opiniones distintas.

Resulta difícil aceptar lo que otro dice cuando se expresa con una actitud de superioridad, como quien supone que sabe prácticamente todo sobre ese tema en concreto, sin reconocer que alguien pudiera enseñarle algo nuevo.

Resulta mucho más fácil aceptar lo que otro sostiene cuando lo dice con humildad, en esa actitud que abre los corazones a la escucha y permite apartarse de un error para acoger la verdad.

En el mundo hay demasiadas voces que faltan al respeto a otros, que desprecian, que insultan, que dogmatizan de malas maneras.

Por ello, encontrarse con quien simplemente comparte lo que considera como verdadero de modo tranquilo, fomenta un diálogo fecundo y ayuda a caminar juntos hacia perspectivas mejores.

Puede parecer difícil no enfadarse ante un error grave que vemos en otros, pero el enfado suele provocar lo contrario de lo que se busca en todo diálogo: avanzar juntos hacia lo que sea más verdadero.

Por eso, si estamos convencidos de la verdad de una idea, vale la pena un pequeño esfuerzo para decirla con humildad, de forma que ayudemos a nuestros interlocutores a abrirse a lo que transmitimos.

Entonces será posible, en muchos casos, ese cambio interior de quien deja un error (muchas veces aceptado con buena voluntad) para permitir que una verdad empiece a iluminar su mente y su corazón.

 
Imagen de pxby666 en Pixabay


 

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