Por P. Fernando Pascual

Entre las diversas maneras de comprender la inteligencia artificial (IA), especialmente en su desarrollo vertiginoso, algunos defienden que igualará o incluso superará a la inteligencia humana.

Ofrecer una afirmación tan atrevida y sorprendente puede deberse a varios motivos. Podemos notar, sin embargo, dos caminos que conducirían a esa conclusión.

Primer camino: rebajar a la mente humana, a su inteligencia y su voluntad, como si fueran producto de actividades explicables con las leyes de la física, la química, la neurología, y similares.

Para quien afirma que el ser humano piensa y decide desde flujos neuronales, o desde intercambios de hormonas, o por causas perfectamente comprensibles por la ciencia experimental, no resulta muy difícil llegar a sostener que algún día la IA será igual, o incluso superior, a los humanos.

Segundo camino: admitir que la mente humana (inteligencia y voluntad) superan en mucho lo explicado por la física, la química, y otras disciplinas asequibles al mundo científico experimental, y que solo se puede comprender como algo espiritual, superior a lo compuesto por materia.

Al mismo tiempo, se sostiene que algún día las conexiones de aparatos muy complejos construidos con materiales cada vez más sofisticados llegaría a dar un salto de calidad y entrar en el mundo de la espiritualidad con el mismo nivel y capacidades que los seres humanos.

En este segundo camino (será difícil encontrar a alguno que lo defienda, pero no imposible), se llegaría a una serie de consecuencias no fáciles de aplicar: la IA merecería ser tratada como persona, recibiría derechos, empezaría a tener deberes, estaría sometida a las leyes vigentes, y otros corolarios que hasta ahora son solamente aplicados a los seres humanos.

Sean cuales sean los caminos y estrategias que sigan quienes sostienen que un día la IA llegará a ser igual que los humanos, lo cierto es que hoy, y siempre, habrá una diferencia infinita entre lo humano y lo material, entre quienes escriben poesías y las computadoras más sofisticadas, entre los que viven de modo altruista y las complejas conexiones de Internet y de cualquier súper ordenador.

Según una frase que se atribuye a Pascal, “el hombre se supera a sí mismo infinitamente porque siempre está en camino hacia la plenitud infinita”. Quizá sea bueno recordarlo, porque la así llamada IA nunca podrá superar a quien la ha fabricado. Y porque quienes piensan y deciden hoy, entre verdades y errores, entre santidad y pecado, llevan siempre en su interior una imagen infinita de quien los creó por amor y para amar: Dios.

 
Imagen de Lasith Algoda en Pixabay


 

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