Por Martha Morales

La oración es el lugar donde Dios nos enseña, nos revela quiénes somos y quién es él. Le pedimos ver como él ve. San Lucas habla de orar sin desfallecer.

A veces preguntamos: ¿dónde estás mi Dios? Y responde: “Estoy en tu corazón”. Si estás triste o contento, puedes cantar, así te sientes amado, escuchado por el Señor y oras dos veces, como decía San Agustín.

La oración rezada se llama también oración vocal. Los salmos fueron hechos en diferentes circunstancias para que los recemos y meditemos. Jesús rezaba con ellos. Podemos usar la imaginación para tener presente a Dios, para pensar en la Anunciación a la Virgen y decirle también que sí a Dios. Señor, te pido paz, sabiduría y fuerza, ver al mundo con ojos de amor. Déjame ver a tus hijos como los ves tu mismo. Cierra mis oídos a toda murmuración, guarda mi lengua de toda maledicencia. Que los que se acerquen a mi sientan tu presencia. Haz que en este día yo te refleje. Amén.

Jesús reza a solas, buscaba el momento adecuado para hablar con su Padre (Lucas 5, 16; Marcos 1,359, también rezaba a todas horas (Mateo 14,23) y en todo lugar. Cuando va a empezar su ministerio, se va al desierto a orar. Nosotros podemos decirle que nos enseñe a orar, como lo pidieron sus Apóstoles (Lucas 11,1), y Jesús les enseña el Padrenuestro.

Al decir Padre nuestro reconocemos que somos hermanos, y él nos arropa como al hijo pródigo. Santificado sea tu nombre: Queremos que su nombre sea glorificado, su nombre es santo. Jesús nos dijo que lo que pidamos en su nombre, se nos concederá. Le pedimos que venga su reino de justicia y de paz y que se haga su voluntad, y su voluntad es que nos amemos. Quien hace la voluntad del Padre no se equivoca, y esa voluntad nos salva de nuestras conductas destructivas. No es fuerte el que cae sino el que siempre se levanta. Pedimos también el pan para el cuerpo y el pan para la mente, que lo tenemos en la Escritura santa, pan para el espíritu, que es la oración y la eucaristía. Dios nos da un beso en la frente cada mañana, cuando le ofrecemos el día. Le pedimos perdón al Padre por nuestras ofensas, negligencias y omisiones. También Dios nos que sepamos perdonar y pedir perdón. A veces el perdón costará sacrificio, pero con la gracia divina, lograremos hacerlo. Tenemos debilidades y podemos caer en diversas tentaciones; Dios puede darnos esa fuerza para dominarme. Podemos decirle: “Señor, ten piedad de mí que soy un pecador”. El maligno existe, pero el amor del Padre nos protege, podemos decir: “Líbranos del mal, del maligno”.

Vamos a pedirle al Espíritu Santo que sepamos abrirle el corazón y acertar en las decisiones de cada día. Cuando hablamos con Dios ante el Santísimo, podemos hacer oración de adoración, de petición y de acción de gracias. Pero también hay que decirle: “Jesús, quiero escuchar tu voz” porque esto puede ser lo principal.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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