Por Martha Morales
Ya no estamos sujetos al pecado debido a lo que Jesús hizo por nosotros. Esta es una afirmación desafiante. Cuando hay arrepentimiento, el Señor volverá a tener compasión de nosotros. Él dice: Yo derribo las trasgresiones.
San Claudio de la Colombiere, director espiritual de Santa Margarita María de Alacoque, quería ponerla a prueba y le dijo: “Pregúntale a Jesús cuál fue el contenido de mi última confesión, así lo hizo ella y Jesús contestó: “No me acuerdo”.
Cooperar con el Espíritu Santo, no apagarlo, como dice San Pablo. Como cristianos debemos ser conscientes de lo que dice San Pablo: “No entristezcan al Espíritu Santo”.
Jesús: “No todo el que dice Señor, señor, entrará en el reino de los cielos”. Dirá: “Nunca los conocí”. Hay que actuar como Jesús, conocer su enseñanza moral, nos pide ser santos. Y ser santo es elegir amar. Hay que poner la vida de santidad como lo primero. Es importante reconocer que para transformarnos hay que cuidar la relación con Jesús.
A través de la fe y el bautismo somos reconciliados con Dios. Dios nos ama y quiere lavar nuestros pecados para que vivamos de una manera nueva. El pecado no es superior a la gracia.
¿Debemos persistir en el pecado para que la gracia abunde? No, de ninguna manera. Si hemos crecido en unión con él, también estaremos unidos a él en la resurrección (cfr. Romanos 6,1). Ya no estamos en la esclavitud del pecado. Tenemos una naturaleza renovada. Si Jesús vive en nosotros no podemos tener el pecado en nosotros. Estamos vivos en Cristo Jesús y él está en nosotros. Tenemos que renovar nuestra mente para sabernos muertos al pecado. Somos una nueva creación, lo viejo ha pasado. Tenemos que creer lo que Dios ha hecho por nosotros en el bautismo, no fue un proceso, fue un evento. El bautismo nos da una nueva naturaleza, ese día nacimos en Cristo, nos convertimos en un hijo amado por Jesús. Como pensamos sobre nosotros mismos, importa, porque así somos.
“No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero”. Es una descripción del pecado antes de Pablo que estuviera viviendo en Cristo. Describe como era bajo la ley en su Carta a los romanos. Hemos recibido el espíritu de adopción, lo que supone un cambio drástico. En el pecado hay condena y vergüenza y el diablo quiere que nos identifiquemos con el pecado. Una parte de la liberación es entender qué es verdad y qué es mentira.
La concupiscencia es real, pero podemos vencerla, son las inclinaciones al mal. El hombre está herido en la inteligencia e inclinado al pecado, pero somos convocados a la batalla espiritual. La concupiscencia no es pecado (como afirman los protestantes), es inclinación a él. Tenemos la identidad de hijos de Dios, por lo tanto, tenemos que hacer obras. Hay una identidad basada en obras; no tenemos que pecar porque no estamos ya esclavizados. Jesús es nuestro salvador.
Tenemos que enfrentarnos al mundo, a la carne y al diablo, Jesús entiende por lo que estamos pasando. Compartimos su ADN espiritual. La teología oriental dice que conforme crecemos en madurez la naturaleza divina nos lleva a elegir vivir en santidad.
¿Quién eres frente al pecado? Para los que viven según la carne ponen allí su mente, para los que viven según el espíritu ponen allí su mente. Estamos destinados a buscar la santidad en las cosas de Dios.
Cuando un esposo se casa pone su mente en su esposa, se entiende a sí mismo como esposo, es una unión exclusiva. Va a saber que pertenece a su esposa, cree en su identidad, va a ser más fácil renunciar a otra mujer. Su mente no está puesta en el placer. Si un esposo no está seguro de que está casado, le va a costar más resistir a esa tentación. El trabajo de ser fieles uno al otro fluye de su identidad como marido y mujer. Están unidos en el Espíritu Santo.
¿Quién soy yo en Cristo? Se preguntó un sacerdote. En una boda, uno de los novios no era católico, y una chica lo invitó a bailar. El sacerdote le dijo que no por su pertenencia a Jesús. Ella explicó que en su denominación protestante los pastores se casan.
No somos principalmente pecadores. Pablo les dice a los filipenses: Ustedes son santos; a los efesios les dice que sean santos. Reconoce que han sido santificados, los llama santos porque les recuerda su dignidad. A la Iglesia de Dios que están en Corintios les dice: “Los que han sido santificados”. Necesitamos vivir en la tensión de luchar por ser santos. No queremos alejarnos del llamado de Dios. Debemos llamar a la gente a la santidad. “Dios nunca me elegiría”, dice alguno. No se trata de ti, se trata de su vida dentro de ti. Lo que puedes hacer tiene que ver con Él.
Estamos en una batalla y estamos en el lado ganador, tengo al rey y al general que lucha por nosotros. Todos somos pecadores, pero en otro sentido ya no tenemos la condición de pecadores. Los fieles son los santos. Ya no estamos bajo el poder del pecado, aunque la concupiscencia esté presente. Cuando pecamos Dios nos limpia en el sacramento de la confesión, me perdona y me restaura en mi identidad. Este sacramento grandioso, es Jesús aplicándonos los méritos de su Cruz. ¡Es increíble lo que Dios hace con nosotros! Los cristianos están muertos al pecado, pueden esforzarse en seguir el ejemplo de Jesús. (cfr. CEC 1694).
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