Por Rebeca Reynaud

El estudio ayuda a escuchar a Dios, decía Benedicto XVI. “La inteligencia bien cultivada abre el corazón del ser humano a la escucha de la voz de Dios”. Así este Papa ha animado a los estudiantes a empeñarse ante los libros, con responsabilidad y humildad.

Uno de los grandes males de nuestra época es no tener el hábito de la lectura. Generalmente nuestra vida no nos permite leer mucho, y lo que leemos se refiere al propio trabajo, pero siempre es bueno abrirse horizontes y saber que –como la vida es corta y hay mucho que leer- nuestras lecturas deben de ser selectas. Lo mejor es leer a los clásicos (Homero, Horacio, Cervantes, Shakespeare, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca). Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia, con qué películas, libros, clases, conversaciones…

A los alumnos de una escuela de Sevilla se les calentaba la cabeza al tratar de aprender las conjugaciones latinas. De repente, uno de los muchachos cerró bruscamente el libro, se levantó y salió gritando:

-Padre maestro, no entiendo nada de todo esto.

Ante el asombro de todos, abandonó la sala de clases, y salió a dar vueltas por las calles desiertas. Cansado se sentó junto a una fuente y se quedó mirando el agua que corría. Concentró su atención en una piedra hueca que parecía un pilarcito. ¿Será obra de la naturaleza o de manos humanas?, se preguntó. En aquel momento llegó una mujer a tomar agua. El alumno que observaba aprovechó la oportunidad para preguntarle cómo era posible aquel espacio hueco en piedra tan dura. La mujer explicó sonriendo:

– ¿Ves la gota de agua que cae sin parar sobre la piedra? Fue ella la que excavó ese hueco.

Él se dijo:

– Si una gota de agua consigue con su tenacidad perforar la piedra, yo también puedo aprender latín.

Poco después reapareció en la escuela. Se presentó al profesor con la cara más inocente del mundo, y dijo:

– Estoy de vuelta Padre Maestro, quiero hacer un nuevo intento.

El alumno que escapó llegó a ser arzobispo de Sevilla. Fue una de las grandes luminarias de la Iglesia, y uno de los hombres más eruditos de su tiempo. Escribió numerosos libros y fue un santo.

Consultar con mucha frecuencia el Catecismo de la Iglesia Católica, es un verdadero tesoro que tiene que apoyar los distintos temas.

Un sacerdote católico, Pedro Casciaro, recomendaba especializarnos al menos en un tema: nuestra galaxia, historia de Monterrey, la tilma de Guadalupe, modos de hacer carpintería, las costumbres de lo s pájaros. Hay quien se interesa por la Biblia, entrarle a su estudio y leer con atención los pies de página.

Podemos hacer la lectura espiritual con detenimiento y reflexión, y se aprende mucho. Hay un libro especialmente bueno: Memorias de la Hermana Lucía. En ese libro se leen las virtudes de Francisco y de Lucía… La sencillez de Jacinta. Y es muy ameno.

Podemos respetar los tiempos de estudio, y no interrumpir al que está estudiando. Hay gente para la que el estudio es “hacer nada”. La lectura sirve para ampliar el horizonte cultural. La lectura desarrolla el potencial intelectual de las personas y mejora el uso del lenguaje y la escritura. Nuestra inteligencia desea conocer la verdad. Para ello tenemos la observación, el estudio, la lectura, clases, películas, etc.

“La concentración es el bien, la dispersión es el mal”, decía un pensador americano. Para evangelizar el mundo hay que reflexionar, conocer, pensar, proponer. En definitiva, el Papa León XIV pide una movilización apostólica inteligente, basada en el estudio, capaz de incidir en la cultura y en los estilos de vida de modo práctico y operativo

Hay un proverbio ruso que evocó Solzhenitsyn, que dice: “Una palabra de verdad vale más que el mundo entero”.

Nos podemos proponer dedicar al menos 30 minutos a la lectura cultural cada día como una posible meta.

La maestra Ma. Ángeles Vitoria dijo: El mayor servicio que podemos hacer es dar doctrina ya que la ignorancia es el peor enemigo de la fe. La Virgen era una gran estudiosa de la Sagrada Escritura.

Image by Thomas G. from Pixabay


 

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