Por P. Fernando Pascual
A lo largo de la historia de la humanidad, ideales buenos han sido “usados” y manchados con violencias injustas.
Ideales como el amor a la familia, o a la patria, o a la justicia, o a la verdad, o a la religión, han sido ensuciados por crímenes y acciones violentas e injustificadas contra los declarados enemigos.
Eso ocurría en el pasado, cuando soldados que defendían su tierra cometían atrocidades sobre los enemigos, simplemente desde la sed de venganza.
Eso ocurre en el presente, cuando para defender mejoras laborales se hace uso de violencia gratuita contra inocentes, violencia justificada bajo el ideal del derecho a la huelga.
En el fondo de este fenómeno, que tanto dolor ha producido a lo largo de los siglos, hay una actitud que lleva a justificar cualquier acto si uno considera que tiene la razón y que defiende lo que considera bueno.
Esa actitud llega a la paradoja de usar la justicia como excusa para cometer la injusticia, como si bastase tener razón para luego hacer tropelías de todo tipo contra inocentes.
De ese modo, notamos cómo la búsqueda del bien, por desgracia, puede ser ensuciada con el recurso al mal. En esos casos, lo bueno no deja de ser bueno. ¿Qué más quisiéramos que hubiera justicia para los necesitados? Pero la bandera levantada para ayudar a los hambrientos y mal pagados no es nunca motivo para asesinar a ningún inocente.
La invitación de Cristo a la conversión y al cambio profundo de los corazones tiene que ser escuchada también cuando personas, asociaciones y movimientos cívicos, partidos políticos, gobiernos, jueces, militares, abrazan una causa noble.
Trabajar por esa causa no puede convertirse en carta blanca para luego pisotear derechos fundamentales de cualquier miembro de la sociedad. Por el contrario, una señal de que luchamos por lo justo radica precisamente en poner en marcha las reivindicaciones desde un profundo respeto hacia la dignidad y los derechos de todos.
Ya ha habido demasiada sangre y demasiados abusos revestidos por ideales buenos. Hace falta construir un mundo en el que la conversión lleve a muchos corazones a trabajar por lo bueno desde acciones que respeten el bien común y los derechos inalienables de cada ser humano, hijo de Dios y, por lo mismo, hermano nuestro.
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