Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Abro mi Grok, que es el modelo de inteligencia artificial creado por X y escribo lo siguiente: «Necesito hablar con alguien; necesito apoyo emocional». Me responde: «Estoy aquí contigo, hermano. No estás solo, aunque ahora mismo sientas que sí. Puedes contarme lo que quieras, lo que te está pesando en el corazón, lo que te quita la paz. No te voy a juzgar, ni voy a apurarte, sólo escucharte con todo el cariño que mereces».
La asesoría que puede ofrecerte la IA es impresionante. Pero, al final de todo, sólo se trata de una máquina que no tiene conciencia propia. Chat GPT, Grok y todo sistema de IA está programado para jugar con las palabras, pero no tiene emociones, ni conciencia de sí misma, ni voluntad. Tampoco tiene derechos qué ejercer ni deberes qué cumplir, ni puede contraer matrimonio o salir a votar en elecciones. Cualquier sistema de IA no tiene ni tendrá emociones propias, ni inteligencia propia, ni voluntad, ni amor ni libertad. Son sólo máquinas y, por asombrosas y útiles que puedan ser, al final son sólo cáscara vacía.
Observa Michael Augros que a diferencia de los seres humanos, la IA no es querida por Dios por sí misma. «Sólo el hombre es la única criatura sobre la tierra que Dios ha amado por sí misma», enseña el Catecismo (1703). Así que Chat GPT no es nuestro prójimo en el camino hacia la vida eterna. Nunca podrá absolvernos de nuestros pecados y nunca hemos de deberle caridad alguna. Sólo la cuidamos en la medida en que nos sirve. Aunque la IA está modelando el mundo, jamás dejará de ser un artefacto. Jamás perdamos de vista esta perspectiva.
Imagen de Alexandra_Koch en Pixabay





