Por Rebeca Reynaud

En una entrevista al Cardenal Ratzinger, Messori le pidió hacer un resumen de los 20 siglos de cristianismo. El cardenal Ratzinger contestó: durante 19 siglos los cristianos han aceptado la Cruz, sólo en el último siglo se la ha rechazado. Es para pensarse pues somos personas de este tiempo.

El amor a la Cruz es algo que no sale espontáneamente. ¿Por qué habrá querido Dios el camino de la Cruz? Es algo misterioso. Podríamos tomar en cuenta que las contrariedades pueden ser mensajes de Dios. Otras veces, con ellas, Dios nos poda.

No exagerar las dificultades, por el contrario, llevar bien las contrariedades. No son contrariedades el que salgan o no las cosas. La única contrariedad es examinarse y ver que le hemos fallado a Dios en alguna cosa. Las contrariedades bien llevadas edifican la Iglesia.

San Agustín pedía a Dios: “Graba, Señor, tus llagas en mi corazón, para que me sirvan de libro donde pueda leer tu dolor y tu amor; tu dolor, para soportar por ti toda suerte de dolores; tu amor, para menospreciar por el tuyo todos los demás amores”.

Dios conoce a maravilla la proporción y la oportunidad de los consuelos, la proporción y la oportunidad de las desolaciones, y, si se me permite la palabra, Él dosifica los consuelos y dosifica las penas en nuestra alma; podemos confiar en su sabiduría y en su amor. Siendo la Sabiduría infinita, sabe muy bien cuándo necesitamos una cosa u otra y en qué proporción la debe derramar en nuestra alma. Y como nos ama con un amor infinito, busca nuestro bien y piensa en la salud de nuestra alma. La desolación es también indispensable para el desarrollo de nuestra vida espiritual (Luis Ma. Martínez, El Espíritu Santo).

El Papa Benedicto XVI escribió un Via Crucis para leerlo en el Coliseo, y allí habla de los frutos de la cruz, en la undécima estación:

De la cruz nace la vida nueva de Saulo,
de la cruz nace la conversión de Agustín,
de la cruz nace la pobreza feliz de San Francisco,
de la cruz nace la bondad expansiva de Vicente de Paúl,
de la cruz nace el heroísmo de Maximilano Kolbe,
de la cruz nace la maravillosa caridad de Madre Teresa de Calcuta,
de la cruz nace la valentía de Juan Pablo II,
de la cruz nace la revolución del amor:
por eso la cruz no es la muerte de Dios,
sino el nacimiento de su Amor en el mundo. 

Santa Margarita María de Alacoque cuenta: “Un día se me apareció el Sagrado Corazón y me dijo: ¿Cuál prefieres de estas dos gracias?: La salud del cuerpo, la alegría del alma debida a la confianza de tus superioras, la estima y el afecto de tus compañeras y el aprecio de la gente, o, la enfermedad, la prueba de la desconfianza de tus superioras, el desprecio de tus compañeras y cien sufrimientos más”. Como Margarita María era inteligente le contestó al Sagrado Corazón: “Tú elige por mí”. Y Jesús le respondió: “elijo la Cruz para ti porque el camino de la Cruz es el que más me gusta, pues por él es como más os parecéis a mí”. En ese momento vio los sufrimientos de su vida y tembló, pero pensó: “Cuando un alma ama, le da al amado lo más precioso que posee. Cuando Dios ama, da el paraíso, y fuera del paraíso, nada hay más precioso que la Cruz”. Esta situación duró veinte años. Gracias a este sufrimiento pudo extenderse en el mundo la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Lo más difícil es renunciar a uno mismo, al propio yo: al capricho, al egoísmo. Queremos que nuestro yo sea exaltado, amado, admirado; y en cambio, Dios nos pide la conciencia de nuestra nada, de nuestra indigencia. (Cfr. Luisa Picarreta, Tomo I de Libro del Cielo).

Le decía Jesús a Josefa Menéndez, una mística española: “¿Sabes por qué te elegí como secretaria? Porque no encontré a nadie más miserable que tú”.

Jesús sufrió más que cualquier hombre. Él no veía el suceso del momento. Veía las consecuencias que ese suceso tendría en la eternidad; enseñándonos que el sufrimiento termina, pero los efectos de ese sufrimiento no terminan pues tienen frutos de vida eterna (Valtorta).

El ser humano que sufre “completa lo que falta a los padecimientos de Cristo” (cfr. Colosenses 1, 24). En la dimensión espiritual sirve para la salvación de muchos: es un servicio insustituible. No hay otro camino para salvar al mundo: la Cruz, el sufrimiento. Jesucristo, que es Dios, no escogió otro camino que éste para ser Salvador. Dios quiere que sepamos que la cruz se convertirá en Gloria para nosotros pero en la otra vida.

El doctor Ignacio Carrasco García habla: “La vida que propone Jesucristo es ante todo una llamada a parecerse a Él, llenando de sentido la inteligencia, la voluntad y el corazón humanos, y transformando la vida en un proyecto apasionado de santidad –que es felicidad-, desde el nacimiento hasta la muerte.

Así, la conducta cristiana que busca la perfección es una moral de “respuesta” a la “llamada” de Dios. Si la llamada ha sido gratuita y total, la “respuesta” debe ser también total. Esa moral sin grados se manifiesta también por la altura y el alcance de las bienaventuranzas enseñadas por Cristo. Por las grandes exigencias que presenta, el Sermón de la Montaña se constituye en un programa único para todos los que quieren seguirle”.

Jesus tacebat (Mt 26, 63). A veces una situación nos hace polvo. Es Dios…

Podemos decirle con San Josemaría: Gracias por lo que no entiendo, por lo que me hace sufrir.

Cuando Dios quiere afligir a un alma, sólo Él puede consolarla (Juan Arintero).

 
Imagen de Iryna Bakurskaya en Pixabay


 

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