Por Martha Morales

Para encontrar el antídoto contra la ira, primero hemos de identificar qué emoción sentimos, luego aceptarla y cuestionar: ¿por qué me saca de mis casillas? ¿Por qué no puedo conservar la calma? La Escritura dice: “No te dejes llevar por el enojo porque el enojo es propio de gente necia” (Eclesiástico 7, 9).

Si dejamos que la ira nos domine actuamos como necios. El impulsivo actúa sin pensar, dice palabras hirientes y luego se arrepiente. ¿Cómo evitarlo? Pensando. Podemos arruinar nuestras relaciones si no nos frenamos. Cuando Julio César veía que podía salirse de control, recitaba el alfabeto para no dejar salir el enojo. Si la ira dura todo el día se hace una olla de presión. Podemos ser prudentes para evitar discusiones cuando estamos encendidos. La violencia no se justifica, las palabras hirientes, tampoco; para que la situación no empeore hay que dejar enfriar la situación. “La respuesta amable calma el enojo, la respuesta violenta lo excita más” (Proverbios, 15,1).

Tenemos que ser como un río donde el caudal fluye con tranquilidad y llega al mar apaciblemente. La Palabra de Dios enseña que “la ira es cruel y el enojo es destructivo, pero los celos son incontrolables” (Proverbios, 27,4).

La ira es una expresión peligrosa, destructiva, irracional y violenta. ¿Cómo erradicarla? San Pablo da una orden: “Ahora dejen: la pasión, la maldad, los insultos, y las palabras indecentes” (Colosenses, 3,8).

Dejar atrás el hombre viejo y lo que nos destruye para ser personas nuevas. Podemos dejarnos guiar por personas competentes, personas probadas y que busquen mi bien de forma desinteresada.

Blanca Abreu, del Taller el Buen Samaritano, asegura que la conducta iracunda fue adquirida en casa o en la escuela para salir de una impotencia. Hay que recordar qué fue lo que la causó; quizás fue el miedo a ser vulnerable. Es un mecanismo de defensa que se saca a través de gritos e insultos. Los iracundos son “personas tóxicas”, por eso nadie se quiere juntar con ellas.

Hay que saber que el que se enoja pierde. Cuando ofendes a alguien es semejante a clavar un clavo en la pared, lo sacas y siempre quedará una marca.

Plan de acción

  1. Respirar con profundidad.
  2. Alejarnos de la situación. En algunos casos es saludable practicar algún ejercicio físico porque se libera dopamina.
  3. Relajarnos, tal vez poner música relajante. Relajar los músculos del cuerpo ya que están tensos. La ira nos vuelve “monstruos pequeños”.
  4. Hagamos la paz en nuestro interior, pensar en un paisaje hermoso y tranquilo. Para que la energía eléctrica corra mejor en nuestro cuerpo podemos tomar agua.
  5. ¿Qué actitud o pensamiento me enoja? Identificar la situación desencadenante de la ira, sin aceptar el recuerdo que nos provoca frustración.
  6. Sentimos ira, pero hay que pensar antes de actuar. Hay un “instante” que permite el control.

Jesús siempre les decía a sus discípulos: Shalom! La paz les doy. A un iracundo no le gusta la realidad; siente que nadie lo comprende y por eso tiene que imponerse y enojarse. Todos sufrimos y somos vulnerables. La vida no siempre es como queremos. Hay que aceptar la realidad, poner pensamientos positivos y actuar de manera constructiva.

Cuestionarnos para conocernos. El problema está dentro de nosotros no en los demás. Si una persona me detona la ira, el problema soy yo, porque no me controlo. Hay que conocer qué detona mi enojo; a veces es una herida de la infancia, por eso debemos conocernos y escribirlo. Escribir es un medio de sanación porque podemos visualizarlo. No permitir que la ira se “embotelle” dentro. Hay que gestionar la solución.

La ira es un mecanismo de defensa, por eso hay que dejar salir la verdad. ¿Por qué te sientes así? El iracundo en el fondo pide ayuda porque dice “no puedo más”. Observar qué necesitamos, dejar de culpar a los demás. Voltearnos a ver para resolver. Aprender a poner límites porque los límites ayudan a respetar a los demás. ¡Cuida tus palabras destructivas, ponles freno!

Alejarnos de la persona que detona la emoción para poder pensar. Somos responsables de nuestras emociones; no somos víctimas. Si me enojo, soy responsable de él. La ira tiene una dosis de soberbia.

¿Qué puedo hacer para evitar la soledad? Elijo aquella opción que me construya, no que me destruya, por ejemplo, hacer oración, pedir ayuda al Cielo. Jesús fue ultrajado, herido, golpeado, y callaba, perdonaba. Adquirir hábitos desde edad temprana, como la prudencia, es lo que nos equilibra.

No hay santo sin pasado ni pecador sin futuro. Todos podemos perseverar en el camino del bien para llegar a nuestro destino final.

 
Imagen de Musthaq Nazeer en Pixabay


 

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