Por Rebeca Reynaud
Muchos sienten la necesidad de hacer un balance en el año que termina. Y en casi todos, este hecho convencional, que el calendario señala, despierta la conciencia del tiempo, de que la vida pasa.
La eternidad es un concepto que cuesta entender. Un profesor trataba de explicar preguntando:
– ¿Cuál es la montaña más alta del mundo?
– El Everest.
– ¿Cuál es la materia más dura?
– ¡El diamante!
Imagina una montaña como el Everest hecha de diamante. Cada mil años va a pasar un pajarito a darle un picotazo. El pajarito va a acabar de deshacer y trasladar la montaña y la eternidad no terminará.
El Cardenal Ratzinger hablaba del “cambio inútil”, que es aquel que dice: “Que me cambien de trabajo”, “Espero que cambien mis circunstancias para yo cambiar”. Y la persona sigue siendo la misma. El cambio verdadero es el cambio del corazón, el cambio de actitud. Que yo me alegre de lo que hay y trate de ser mejor en detalles de cariño.
Las primeras palabras del Señor en su vida pública fueron: Convertíos y creed en el Evangelio. Alguien podría preguntar: ¿Qué es la conversión? El Papa Benedicto XVI contesta: La conversión es el paso del yo a “ya no más yo”. Cada uno puede pensar cómo se puede llevar a cabo ese proceso.
La Sagrada Escritura nos ayuda a meditar en los problemas humanos. En el libro segundo de Samuel se narra que Absalón trataba de matar a David, su padre, para quedarse en el trono, y David huye. Dice textualmente: “Al subir el Monte de los Olivos, David iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todos los acompañantes iban también con la cabeza cubierta y llorando. Cuando llegaron a Bajurim, un hombre de la familia de Saúl, llamado Semeí les salió al encuentro y se puso a seguirlos. Los iba maldiciendo y arrojaba piedras a David y a todos sus hombres (…). Abisay, hijo de Sarvia, le dijo entonces a David: ¿Por qué se ha de poner a maldecir a mi señor este perro muerto? Déjame ir a donde está y le corto la cabeza. Pero el rey le contestó: ¿Qué le vamos a hacer? Déjalo; pues si el Señor le ha mandado que me maldiga, ¿quién se atreverá a pedirle cuentas? (…) Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones” (cfr. 2 Sam 15, 13 ss y 16, 5-13).
Cada uno podemos preguntarnos: ¿Soy de las personas que avientan “piedritas”…, o soy de las que las reciben? Si las recibo, ojalá piense con la magnanimidad de David: Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones.
Aquí podría terminar
La soberbia introduce un elemento de falsedad tanto en la percepción de uno mismo, como en la percepción de los demás. Lleva a ver a los demás como rivales potenciales que ponen en peligro la propia excelencia. “Desde el momento en que tenemos un ego –explica Lewis- existe la posibilidad de poner a ese ego por encima de todo –de querer ser el centro- de querer, de hecho, ser Dios. Ese fue el pecado de Satán”.
Un profesor de la UNAM estaba desesperado con el ateísmo de sus alumnos, hasta que encontró y leyó el Capítulo 37 de Ezequiel: “1Fue sobre mí la mano de Yavé, y llevóme Yavé fuera y me puso en medio de un campo que estaba lleno de huesos. 2Hízome pasar por cerca de ellos todo en derredor, y vi que eran sobremanera numerosos sobre la haz del campo y enteramente secos. 3Y me dijo: Hijo de hombre ¿revivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor Yavé, tú los sabes. 4Y Él me dijo: Hijo de hombre profetiza a estos huesos y diles: Huesos secos, oíd la palabra de Yavé. 5Así dice el Señor, Yavé, a estos huesos: Yo voy a hacer entrar en vosotros el espíritu y viviréis; 6y pondré sobre vosotros nervios, y os cubriré de carne, y extenderé sobre vosotros piel y os infundiré espíritu, y viviréis y sabréis que yo soy Yavé.” 7Entonces profeticé yo como se me mandaba; y a mi profetizar se oyó un ruido, y hubo un agitarse y un acercarse huesos a huesos. 8Miré y vi que vinieron nervios sobre ellos, y creció la carne y los cubrió la piel, pero no había en ellos espíritu. 9Díjome entonces: profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así habla el Señor, Yavé: Ven ¡Oh espíritu!, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos huesos muertos, y vivirán. 10Profeticé yo como se me mandaba, y entró en ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron en pie, un ejercito grande en extremo”.
Este texto, dice el profesor, me hizo reflexionar, Si Dios puede reunir los huesos secos, y ponerles nervios, carne, piel e infundirles espíritu y darles vida nueva, ¿No podrá hacer lo mismo con los cadáveres espirituales que inundan nuestra sociedad? Desde luego que sí. Lo que el Señor requiere es que profeticemos, que anunciemos la Buena Nueva, el Evangelio, a nuestros conocidos, a nuestras familias, a nuestros compañeros de trabajo –a nosotros mismos-. No nos desanimemos porque parecen estar muertos, insensibles a cualquier tipo de mensaje espiritual. Yavé podía revivir los huesos secos directamente, pero quiso hacerlo por medio del profeta Ezequiel. Así, Él quiere hacerlo por medio de nosotros. Tengamos esperanza.
Es tiempo de renovación, de conversión, de examen.
¿Qué trae el Año nuevo? 365 oportunidades.





