Por Rebeca Reynaud
El acompañamiento espiritual debe darse en un clima de libertad. San Pablo escribe: “El que profetiza habla a los hombres para su edificación, exhortación y consolación” (1 Cor 14, 3), se trata de ayudar a oír la voz del Espíritu. Cada uno es como es, y hay que tratar a cada persona según lo ha hecho Dios y según Dios lo lleva”. Para ello hay que hacer un rato de oración antes de recibir a una persona, pidiendo a Dios discernir qué es lo que Él quiere que le diga. Pero nadie nos sustituye en las decisiones, más bien nos acompañan para tomar decisiones.
La formación tiende al abrir horizontes. Es decir, expandir tus conocimientos, experiencias y oportunidades, viendo más allá de lo habitual. Una persona sugirió leer un salmo completo y luego reformularlo de acuerdo a las propias circunstancias, para hacer oración.
La formación ayuda a crecer en la relación con Dios, para conocer las múltiples formas en que Dios nos está hablando, ya que todo en nosotros está hecho para escuchar la voz de Dios. Señor: Oro para que mis pasos se alineen con tus pasos.
Ayuda a tomar decisiones con claridad. Consultar con Dios. Jesús: ¿qué piensas de esta situación? Revélame las mentiras que le he creído al enemigo de Ti y de mí. Y revélame estas verdades a cambio de las mentiras a las que he renunciado.
La formación lleva a vivir tu fe de forma más auténtica, para que puedas ser imagen del rostro de Cristo para los demás. Hemos de ser purificados para transmitir ternura, no dureza. No hay que esperar evidencias, con que Él me roce un poco, sana áreas de mi vida.
¿Cómo integrar a Dios en tu día a día? El Pbro. Javier Echeverría recomendaba meter a Jesús en la vida cotidiana. Así, podemos pedirle que nos acompañe a todo lugar.
El acompañamiento espiritual ayuda a conocer los obstáculos, también ayuda en momentos de desaliento. Señor, gracias por los momentos de poda del yo, de la soberbia; duele, pero estoy unido a Ti.
Fomenta el conocimiento personal para discernir el camino. No soy la suma de mis debilidades, soy la suma del amor del Padre por mí. Tengo la capacidad de ser imagen de Jesús, porque es Él quien lo hace. El Señor nos dice: “Pon lo que esté de tu parte y olvídate de tus carencias”.
Joseph Ratzinger decía que, detrás de ese deseo de libertad radical propio de la Edad Moderna se halla claramente la promesa: seréis como dioses. La meta implícita es no depender de nada ni de nadie, no ser limitado en la propia libertad por ninguna libertad ajena. El dios pensado de esta manera no es Dios, sino un ídolo, más aún, es la imagen del diablo —el anti-Dios—, porque en él se da precisamente la oposición radical al Dios real. “La libertad para la destrucción de sí mismo o para la destrucción del otro no es libertad, sino su parodia diabólica”. La libertad del hombre es libertad compartida, libertad en la coexistencia de libertades que se limitan mutuamente y que se sustentan así mutuamente: la libertad tiene que medirse por lo que yo soy, por lo que nosotros somos; en caso contrario, se suprime a sí misma (cfr. Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia p. 214).
El doctor Dr. Ignacio Carrasco García habla: “La vida que propone Jesucristo es ante todo una llamada a parecerse a Él, llenando de sentido la inteligencia, la voluntad y el corazón humanos, y transformando la vida en un proyecto apasionado de santidad –que es felicidad- desde el nacimiento hasta la muerte. Así, la conducta cristiana que busca la perfección es una moral de “respuesta” a la “llamada” de Dios. Si la llamada ha sido gratuita y total, la “respuesta” debe ser también total. Esa moral sin grados se manifiesta también por la altura y el alcance de las bienaventuranzas enseñadas por Cristo. Por las grandes exigencias que presenta, el Sermón de la Montaña se constituye en un programa único para todos los que quieren seguirle”.
Jesús le explica a una mística española, Marga: “La cruz os hace libres. Con ella vivís en gracia y perseveráis. Os da la fuerza y os llena de vida, de vitalidad. La cruz no invita a la derrota sino a la victoria. Por mi Cruz os vino el Espíritu. No habéis experimentado todavía lo que es el Espíritu. El Espíritu Santo es alegría, es plenitud. La cruz es vuestra gloria. ¿Estáis en guardia cuando no oráis ni veláis? ¿Lo estáis cuando no ayunáis ni os sacrificáis? Sin oración y ayuno no podéis estar en guardia. Estáis descansando. Y viene el enemigo y os ocupa con siete demonios más que al principio (Mt 12,45). Os encontráis en un crudo combate del que nadie puede salir vencedor sin las dos cosas… Quiero que vuestros rostros reflejen mi Alegría. Si alguno no es alegre es porque no está pleno. ¿Qué es lo que busca el mundo? La alegría, la alegría del Resucitado. Lo que pasa es que aún no lo saben” (El triunfo de la Inmaculada, pp. 28-29).
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